"Hay una pregunta que me hacen últimamente con mucha
frecuencia: “¿Cuál es tu experiencia en este primer año de tu dedicación
completa a la Obra del Señor?”. Generalmente mi respuesta acostumbra a ser
breve: haber sido testigo de la grandeza y el poder de Dios. Pero un buen amigo
no quedó satisfecho y me dijo: “La frase está muy bien, pero ¿cuál es el
alcance humano de estas bendiciones?”. Y comprendí que a veces los informes,
noticias, reportajes y también los púlpitos sufren del mismo mal. Se generalizan
y se sintetizan los hechos con la etiqueta de “el Señor bendijo mucho”. Y esto
es todo. Pero lo que a la gente le interesa es saber en qué medida la grandeza
y el poder de Dios –que a muchos les parece inalcanzable- se traduce en vidas
cambiadas, oraciones contestadas y en milagros modernos que Él sigue haciendo
entre su pueblo.
De ahí que dediqué algún tiempo a contarle a mi amigo
algunas cosas de las que he sido testigo a lo largo de los doscientos mil
kilómetros que he recorrido en este último año, como podría hacerlo cualquiera
de mis consiervos en el ministerio cristiano. Cosas cuya única finalidad es
mostrar precisamente esta grandeza y poder de Dios.
La variedad de servicios en la Obra nos lleva con
frecuencia a tener que pulsar el botón de urgencia para presentarle al Señor un
problema inesperado… Un permiso denegado en Bilbao… El propietario de un teatro
de Valladolid que se vuelve atrás en su compromiso de alquilar el local para un
acto público… Un movimiento de perturbación en un acto en Segovia… Un furioso
descontento en Cádiz por el hecho de haber predicado que hay sólo un Redentor…
O la dureza de un corazón que prefiere el culto a Satanás. Otras veces hay que
organizar un vuelo charter o averiguar dónde se alquila un helicóptero, para
sobrevolar una región de España, como parte de uno de estos proyectos
internacionales para los cuales uno siempre pide al Señor que “el bosque no nos
haga perder de vista el árbol”.
También la grandeza de las bendiciones son a menudo de
uso personal. Él utiliza hombres, circunstancias y contratiempos para darnos
lecciones que nadie más puede dar.
Suceden en el hall de un hotel de Segovia, donde a las 12
de la noche le pregunto a ese entrañable historiador y bibliófilo que es D. Audelino
qué cambios importantes había experimentado el pueblo evangélico español. Luis
Palau y yo recibimos aquella noche una gran lección de esa generación que casi
estrenó siglo y que en ocasiones probó la dureza de las piedras, la humedad de
las cárceles y escuchó el alocado sonido de las burlas. De esa generación a la
que tanto respeto debemos por su firmeza, su fe y la herencia de su testimonio…
Esta misma sensación experimenté en Toro, ciudad de recuerdos de antaño, donde
por la visión de hermanos de aquella región se ha levantado no sólo una hermosa
capilla, sino un importante centro de campamentos de trabajo que, desde la
finca de D. Florentino, se extiende por una extensa zona de Castilla. Por
cierto que aquí descubrimos una nueva faceta en la línea de dones de D. Eric:
la de músico y director de canto… También sucede que nos ponemos nerviosos porque
la calefacción del coche se ha estropeado, y Dios usa a nuestro acompañante
para recordarnos que D. Pedro Martínez, de Águilas, a sus 81 años sigue
haciendo su ministerio con una moto… ¡sin calefacción!
Otras veces somos sólo espectadores de las bendiciones que
Dios envía. Y la respuesta a la oración la presenciamos en el sur de
Inglaterra, donde un hermano presenta un plan para enviar urgentemente tres mil
Biblias a Checoslovaquia, uno de tantos países del Este donde la escasez de la
Palabra de Dios obliga a veces a copiarla a mano. Pero alguien, que no ha
podido recordar mentalmente cuántas Biblias tiene en casa, entrega un cheque
que cubre el importe de mil Biblias… O en Portugal, donde un grupo de creyentes
trabaja cinco horas extras cada día para construirse su propia capilla… O cómo en
Barcelona las Asambleas se van multiplicando, la última de las cuales, Tolrá, a
los dos años de inaugurarse la capilla ha bautizado y a cien nuevos creyentes.
Le hablé también de Santiago, un extremeño emigrante a
quien encontré en crisis de tristeza y soledad, decidido a regresar a la patria
a sólo diez días de haber llegado a un país extranjero. De cómo Cristo vino a
llenar su vida con tanta abundancia que hoy colabora con su Señor para llenar
la vida de otros… O del giro radical en la vida de Juanele, un bailarín español
de fama, cuyo primer contacto con el Evangelio fue en San Sebastián el pasado
marzo viendo con su esposa la película evangelística “Lucía”. De cómo su
testimonio está cambiando la vida de muchos otros. Esta es su definición
personal del nuevo nacimiento: “Hay personas –dice- que llevan en el vientre
del mundo 10, 20, 30 años y se quedan en ese vientre para siempre. Yo he salido
y he nacido a los 37 años. He nacido en Cristo Jesús de la oscuridad del
vientre del mundo, a la luz del nacimiento de Cristo”… Le conté de Jaime, a quien un anuncio en la
prensa secular le movió a pedir un curso bíblico por correspondencia sobre la
vida de Jesucristo. Más tarde, luchando con una fuerte gripe, le pregunta a
Dios si debe o no ver al grupo que en esa tarde fría de diciembre va a celebrar
un acto evangélico en su ciudad. Y de cómo Dios le contestó con tanta fuerza
que le ha usado para que esa ciudad castellana tenga hoy un testimonio que
crece en número y en profundidad… O el caso de Juan, otro emigrante que conoció
al Señor y que junto a la visión de la Cruz recibió la del compromiso personal
de dar a conocer a su pueblo “la grandeza” de lo que él ha encontrado. Hoy ya
ha regresado a España y cumple su promesa con un celo poco común… y le hablo
también de Flora, una ex drogadicta que ha cambiado sus “viajes” al mundo de la
fantasía por el peregrinaje en el camino de Cristo. Le explico de cómo siente
la necesidad y urgencia de testificar del Señor a sus antiguos compañeros de “experiencias”
y de cómo se conmueve pensando en ellos y repitiendo la letra del primer coro
que aprendió: “Si Cristo no cambia su vida, jamás podrá cambiar”.
Estas son cosas grandes y pequeñas, que uno no sabe si
las pequeñas son mayores que las grandes. Pero en cualquier caso, espera que
unas y otras sirvan para la gloria de Dios.”
Juan Gili
(Publicado en la revista “Edificación Cristiana”, núm. 1,
1.974)
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