“… Los años van pasando sobre el siervo del Señor, y
de vez en cuando ese cuerpo grande le hace pasar ratos amargos, pero siempre de
una manera maravillosa vuelve a reponerse, y casi nos atrevemos a decir que
aparecía con mayores fuerzas, un ánimo más profundo de servicio, un querer
hacer más frente a lo que contemplaba que quedaba pendiente.
Don Ernesto era un hombre duro y ambicioso, no en la
forma en que conocemos estas expresiones a nuestro alrededor. Era duro, porque
sabía encajar bien la adversidad, los momentos difíciles dentro del ministerio
y del trabajo, cuando llegaban circunstancias que hacían asomar lágrimas a sus
ojos, que daban mayor dimensión a su rostro, que hacían bullir en su mente
preguntas de duda, que él mismo contestaba volviendo a mirar a su Señor, a su
hermano, y pensaba que también Cristo había muerto por él o ella…
Era ambicioso, porque sólo tenía un pensamiento:
hacer, trabajar, dejar, pasar…; y cuántas veces le hemos oído repetir aquellas
palabras de 2ª Tim 2:2, que nos
revelaban su ardor y sentir. Su ambición era tomar más de su Señor y pasarlo a
los que junto y más lejos vivían su fe y daban también testimonio del Señor.
La primavera ya florecía en Madrid, con cierta
pereza, con más retraso que en la caliente Andalucía, o el Levante luminoso, o
en la fértil Cataluña; los días eran más templados en la cornisa cantábrica,
allá por aquellas duras peñas; las playas llenas de sol de las Baleares y
Canarias empiezan a llamar cual sirenas a los visitantes de otras latitudes que
venían cual ávidas abejas a buscar sol y luz, calor y vida… Don Ernesto pasaba
por una de esas crisis, de su cuerpo, como él decía, y de la cual iba saliendo,
tal vez ahora con más trabajo, teniendo que luchar más con aquellos órganos que
habían decaído, que ahora no tenían una reacción tan favorable como antes.
Ello, no obstante, en su mente sólo había anhelo y
pensamientos para el trabajo de los próximos días. Unos y otros habíamos quedado citados para
vernos en su casa y examinar problemas y puntos necesarios en la Obra…
Y así, en esa cuesta o pendiente de las
recuperaciones cuando se está a punto de culminar otra vez la cima, el siervo
fue promovido a otra esfera de mejor servicio, esta vez junto a su Señor la
noche del día 19 de abril, en esas horas finales, casi cuando damos por
terminado el día.
Muchos, muchos, venidos de toda España, aquellos que
le conocieron a lo largo de los años citados, unos más íntimamente, otros
menos, todos estábamos allí para decir a don Ernesto ¡adios!, para oír en
silencio sus palabras, para retener ante nosotros la imagen de aquel hombre
grande que había terminado su camino aquí.
El testimonio en la capilla en calle Trafalgar y en
el cementerio civil el día 21 fue impresionante: no era un dolor de
desesperación, eran lágrimas que corrían suaves por muchos rostros que no
querían permanecer en aquellos ojos que habían visto por última vez al siervo.”
Leandro Roldán
(Semblanza publicada en la revista “Edificación
Cristiana” (Mayo de 1.972)
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