“Nota de la redacción (original): Don Juan Driver es un
hermano americano, especialista en Historia de la Iglesia, que nos visitó
durante diez meses y tuvo un ministerio muy bendecido entre nosotros,
especialmente en Madrid y Barcelona, aunque también visitó otras ciudades. Por
su conocimiento de Hispanoamérica y por su calidad de visitante, nos interesaba
saber cómo nos veía él a los que en España pertenecemos al llamado “Movimiento
de los Hermanos”. Siempre es conveniente conocer la opinión que otros tienen de
nosotros, especialmente cuando esos otros son de la honestidad y capacidad de
nuestro hermano. Por eso le pedimos que nos escribiera lo que sigue.
La
vida congregacional vigorosa que se halla en las Asambleas de Hermanos es algo
que no escapa al observador cuidadoso de la situación de la Iglesia Evangélica
en España. Su eclesiología básicamente comunitaria y su concepto
neotestamentario de los ministerios han sido elementos valiosos en el
cumplimiento de su misión durante los tiempos generalmente adversos que han
caracterizado la historia de la Iglesia Evangélica en España. Las observaciones
que aparecen a continuación surgen de un verdadero aprecio por los Hermanos
españoles con los cuales hemos gozado de comunión espiritual durante los
últimos diez meses, y de sincera gratitud a Dios por su vida y testimonio
evangélicos.
1)
En
las Asambleas de Hermanos las Sagradas Escrituras son autoritativas. Esta
insistencia en la autoridad bíblica les ha librado a los Hermanos muchas veces
de la tentación a seguir las modas doctrinales que han hecho estragos en
algunas otras denominaciones cristianas. El papel de la Palabra de Dios en la
Iglesia es fundamental. Y esto se confiesa con cristalina claridad entre los
Hermanos.
Sin
embargo, la perspectiva desde la que se lee y se interpreta la Palabra no
siempre ha respondido a la naturaleza de la Palabra misma. A veces ha habido
más interés en la sana doctrina (ortodoxia) que en descubrir las formas que
toman una auténtica obediencia a nuestro Señor (ortopraxia). La Palabra escrita
ha de ser leída e interpretada a fin de ser obedecida en la Iglesia. (“El que
quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” Jn 7:17)
En lugar de intentar leer el texto bíblico en primer lugar desde la perspectiva
provista por el contexto mismo, a veces se detecta en las Asambleas la
tentación a leer los textos a través de la óptica de algún sistema doctrinal,
que, por bien intencionado y útil que haya sido en algunos aspectos, es después
de todo, un sistema humano y no debe ser usado para predeterminar la
interpretación del texto bíblico. La Palabra misma ha de proporcionarnos
nuestras claves hermenéuticas. La intención del escritor y la forma en que los
primeros lectores entendían el texto son fundamentales para la recta
interpretación. A veces no se oye auténtica “Palabra de Dios” en las Escrituras
porque se leen a través de la óptica de un sistema predilecto que permite “espiritualizar”
pasajes que incomodan y “posponer” para un futuro los elementos de un discipulado
que irían contra la corriente de algunas de las prácticas éticas actuales.
2)
Pocas
denominaciones cristianas han logrado criticar en forma más radical y eficaz el
sacramentalismo y el profesionalismo en los ministerios en la Iglesia. En la
tradición de los Hermanos se destaca el sacerdocio de todos los creyentes y un
ministerio carismático bien entendido (es decir, ministerios derivados de los
dones dados por Dios a su Iglesia para su plenitud como Cuerpo de Cristo (Efe.
4 y Williams, Iglesias vivientes, pág 47) en una forma que bien podría servir
de modelo para congregaciones de otras denominaciones.
Sin
embargo, uno no puede menos que notar tendencias en algunas asambleas a
prescribir los dones y ministerios que Dios da a la Iglesia. Por razones
doctrinales o prácticas a veces se limitan los dones que Dios da a la Iglesia
en la actualidad a ciertos ministerios que en la experiencia han sido hallados
especialmente “útiles”. Desde luego, apertura en la Iglesia a todos los dones y
ministerios que Dios quiere otorgar a su pueblo significa también el ejercicio
de la necesaria supervisión y los controles de la asamblea sobre todos los
dones y ministerios en la congregación. Debe resistirse la tentación a ponerle
límites a la actividad del Espíritu de Dios que dones “como Él quiere” para la
auténtica edificación del Cuerpo de Cristo. (Ver 1ª Cor 12-14; Rom 12; Efes 4)
3)
…"
Continuará.
Publicado
en la Revista “Edificación Cristiana”, núm 2, Año 1.976)
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