lunes, 20 de enero de 2014

"La primitiva iglesia, en la España del '98" (II Parte, escrita en 1.981)




... ¡PASAD A ESPAÑA Y AYUDADNOS!

 

Acompañada por su hermano, la señorita Julia F. Stone llega por primera vez a España en mayo de 1.894. Huntington Stone es un acaudalado fabricante de Greenwich, que vive modestamente, conoce cinco idiomas modernos (además de hebreo y griego bíblicos) y mantiene, año tras año a 30 candidatos- misioneros que estudian medicina tropical antes de salir para Uganda o la India. Ambos (Julia y Huntington) pertenecen a una asamblea de "Hermanos" de tipo conservador que anhela reflejar el amor, la pureza doctrinal y el celo evangelizador de la Iglesia primitiva. Ambos aprenden nuestro idioma y ayudan en las dos asambleas que hay entonces en Barcelona: ella en las escuelas de la calle Ferlandina; él enseñando la Biblia al grupo de jóvenes de la villa de Gracia. Al cabo de dos meses, él tiene que regresar a Londres para sus negocios. Pero volverá cada año -por seis u ocho semanas- sirviendo humildemente donde haga falta: en Barcelona principalmente, pero también en Madrid, Valladolid o Galicia.

Ella permanece un año entero en España, haciendo extensas visitas por Cataluña, Aragón y la Meseta castellana; luego vuelve a su patria chica. Ambos hermanos oran intensamente. Han captado la visión de una España destrozada moral y espiritualmente, pero donde (en medio de las circunstancias antes descritas) hay seres nobles, abiertos y sencillos que anhelan paz espiritual y un cristianismo genuino, fundado en la Palabra de Dios y no en las instituciones humanas, demasiado vinculadas al presente siglo. Un cristianismo tal como se manifestaba en la Iglesia primitiva. Y en la mente de los hermanos Stone surgirá otra visión: la de un arriero baturro, de una lavandera extremeña o de un estibador barcelonés que le dicen: - ¡Pasad a España y ayudadnos!

 

DESDE ZARAGOZA HASTA LOS CONFINES DE LA PENÍNSULA

A partir del otoño de 1.895, la misión de la "Primitiva Iglesia Cristiana" se pone en marcha. Curiosamente, es el hermano quien se queda en Inglaterra, para ayudar en todo cuanto pueda desde la retaguardia. La hermana, acompañada de dos eficaces colaboradoras -Jessie Mathews y Anita Vaughan- establece el primer "comando" en España. Primero, en la Ciudad Condal, luego en Zaragoza, donde afluyen nuevos misioneros. Durante siete años la ciudad del Pilar será así como la Jerusalén de esos nuevos Hechos Apostólicos. Allí estará el centro permanente, la Casa-matriz de la misión; allí durante los siete primeros años se impartirán los estudios bíblicos para obreros ingleses, se bautizará por inmersión a todos los conversos habidos en España y se redactará las "Gleanings of Spain", los folletos evangelísticos (entre los que destaca la hoja mensual:"Mensajeros de la Verdad"), juntamente con la escasa e insuficiente literatura de edificación en castellano: unos 83 "Cánticos evangélicos" y un librito con una lista de porciones bíblicas, aptas para ser leídas "en la reunión del partimiento del pan".

En la primavera de 1.897, la señorita Julia Stone vuelve a la Península con un último grupo de colaboradores. Los recién llegados aprenden afanosamente nuestra lengua y reciben a diario clases de formación bíblica y doctrinal. Mientras tanto, se les ha unido un primer núcleo de ayudantes españoles: Antonio Córdoba, Urbano Serena y su hija Antoñita, el valenciano Ignacio Rodrigo y la "señora Pascuala", oriunda de Calatayud.

En la casa-matriz zaragozana (con capacidad para unas 200 personas) acuden los primeros vecinos a las reuniones diarias de oración y evangelización; éstas a las ocho de la noche y aquéllas a las diez de la mañana. Ustedes han leído bien: hay reuniones cada día, noche tras noche, durante años. Por cuanto el Mensaje no sólo es urgente, sino de vital importancia: "Hoy es el día de salvación..." ¡Mañana puede ser demasiado tarde! "Hoy, si oyereis Su voz (la del Señor), no endurezcáis vuestros corazones..."

De repente, brotan los neófitos; los que acaban de ser "plantados en Cristo Jesús"; los que han experimentado un auténtico nuevo nacimiento. A éstos, se les enseña que el asistir a los cultos no basta; si son salvos es para servir y testificar de Cristo a todos sus compatriotas: deudores son a maños y a catalanes, a los riojanos y a los de Tudela, a ricos y pobres, a los burgaleses y a los vascos, a jóvenes y a viejos, a extremeños y a manchegos... Y ¡nada de quedarse cómodamente en Zaragoza! Hay que llevar la Gran Noticia de paz y vida eterna a los once mil pueblos, burgos y ciudades de España!

Durante una de sus breves visitas a Inglaterra, la señorita Stone se casa con don Federico D. Jones (que lleva seis años como misionero de los "Hermanos" en Barcelona) y vuelve la pareja para seguir sirviendo a Dios y a nuestro pueblo. ¿Qué es lo que mueve a esa gente que podría disfrutar cómodamente de una renta anual de veinte millones de pesetas? ¡El amor de Cristo y una honda compasión para los que caminan hacia la perdición eterna!

En el otoño de 1.897, y sin estar plenamente afincado en la ciudad del Pilar, el testimonio de la "Primitiva Iglesia" zaragozana empieza a extenderse: de dos en dos, los rubios enviados visitan intensamente los pueblos inmediatos. Con su proverbial tesón, les ayudan eficazmente los primeros aragoneses convertidos. En octubre, ya establecen obra fija en Zuera y Calatayud. Y en diciembre del mismo año en Pedrola, donde ocho meses más tarde la naciente asamblea contará con diez bautizados. En febrero de 1.898 se fijan en Muel, pueblo de alfareros. Allí, al cabo de trece meses, siete creyentes serán sumergidos en las aguas, prometiendo seguir fieles a Cristo que les rescató. Y siempre en ese fatídico 1.898, año de guerra colonial, de humillación y de miseria, se abren nuevas "misiones": en mayo, Morata de Jalón; en junio, Soria y Rueda; en agosto, Segovia. Y un mes más tarde, en Ricla y Tudela. Y antes de que finalice el año, otras dos rubias misioneras logran introducirse en Pamplona, "uno de los puntos más negros de la España negra".

 

DURAS REACCIONES...

 

 

(Continuará)

(Redactado por Pablo Enrique Le More y publicado en la revista "Edificación Cristiana", marzo-abril de 1.981)

 

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