Annie
E. Vaughan escribe:
Oímos de él hace
unas semanas como un pueblo abierto al evangelio. Así que una mañana nos
propusimos hacer una amigable visita, y ver a un hombre que era propietario de
una salón adecuado para las reuniones. Nos dijeron que estaría dispuesto a
dejárnoslo para este propósito. Fuimos muy amablemente recibidos en el hostal del
pueblo, y encontramos que la información era cierta, así que solicitamos el
salón e hicimos los arreglos necesarios. Estábamos muy agradecidos de
encontrarnos en un ambiente tan amigable. No siempre es así, ni siquiera en las
carreteras del país cerca de los pueblos. Hace unos días uno de los obreros
españoles recibió un fuerte golpe en una mano por una pieza de metal que se le
arrojó. Muchos de los que podrían ser amigables tienen miedo de mostrarlo.
Pero regresemos a
Fortuna. Sobre quince días después de la primera visita regresamos de nuevo.
Esperábamos empezar temprano en la mañana, pero nos fue imposible, y así que
tuvimos que esperar e ir en el frío de la tarde. Llegamos antes de las ocho, y
al entrar en el pueblo vimos un gran grupo de hombres, mujeres y niños a la
puerta de la iglesia. Sus caras eran tan solemnes que era imposible decir si
eso significaba que eran amigables o no. Rodearon la caravana y nos siguieron
hasta el salón, pero no hubo gritos ni nos arrojaron piedras así supimos que la
mayoría eran amigables. Supimos después que los curas habían alertado a la
gente contra nosotros, diciéndoles que una imagen del Señor Jesús y otra de la
Virgen sería colocada en el suelo, y que les pediríamos pisarlas, etc., etc.
Una nota también había sido puesta en la puerta, diciendo, que si no dejábamos
a la gente de Fortuna en paz, seríamos tratados peor que en Molina, y no
podríamos desplazarnos de un lugar a otro, y concluía con la expresión,
"muerte para todos vosotros".
La reunión estaba
para empezar a las 9 en punto, así que textos y lámparas fueron preparados y la
gente empezó a llegar. Algunos de ellos caminaron alrededor de la pared con los
textos, y los copiaron en trozos de papel. Los himnos fueron cantados mientras
otros iban llegando y pronto el salón estaba lleno. Había sentados unos ciento
veinte, pero debía haber unos doscientos o más de pie, y la calle estaba llena
también.
La gente, aunque
cansada de lo que no les trae paz o descanso, no son incrédulas, y están
deseosos de escuchar la verdad. Al final de la reunión algunos compraron
himnarios, y algunos pocos Biblias y Nuevos Testamentos.
A la siguiente
semana los colaboradores españoles fueron para celebrar la reunión. Los curas
habían trabajado duro, y el pueblo estaba dividido. Unos eran partidarios de
los curas, los otros (la mayoría) por el Evangelio. Algunos dijeron, "¿por
qué tantas procesiones y cultos? si son necesarios, ¿por qué no los teníamos
antes?" Esa misma tarde una procesión dio la vuelta al pueblo, y sobre las
nueve de la noche otra. La hora de abrir el salón llegó, pero sólo unas doce
personas entraron; el resto permaneció fuera en una plaza abierta. Los curas
empezaron con sus gritos de "Muerte a los protestantes", etc.,
algunos de las personas respondían en contestación de acuerdo a la frase dicha.
Luego la banda empezó a tocar, y de nuevo más gritos se oyeron.
Nuestros amigos
dentro se preguntaban qué hacer. El ruido y la confusión era tan grande que
apenas si podían escuchar las voces los unos de los otros, y eso a pesar de los
pocos que habían entrado. De todas formas, decidieron empezar la reunión, y uno
de ellos empezó a orar. En ese momento el ruido de afuera cesó, y la gente se
dispersó.
El alcalde había
enviado a los guardias civiles a restaurar el orden y a dispersar a la
multitud; así que el cura y sus seguidores tuvieron que regresar de vuelta a la
iglesia, y lo que el enemigo quería que fuese un disturbio se convirtió en una
tranquilidad como nunca.
Los guardias
estuvieron toda la tarde para guardar la puerta, y un largo culto tuvo lugar.
Nuestros amigos regresaron llenos de gozo, porque el Señor le había dado la
Victoria.
El pasado miércoles
hubo unos trescientos adultos presentes, y algunos estuvieron escuchando desde
la calle.
Deseamos que
nuestros lectores se unan con nosotros en alabanza a Dios por esta puerta
abierta, y oramos que el Señor pueda preparar muchos corazones no solo para oír
la Palabra, sino para recibirle a Él como su Salvador personal.
Aquí en la
ciudad..."
(Continuará)
(Publicado en la
revista "Gleanings from Spain", núm 9, septiembre de 1.905, traducido
del inglés)
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