“Desde muchos ángulos podríamos empezar nuestra
semblanza sobre don Ernesto Trenchard y desde cada uno siempre tendríamos un
buen punto de partida para traer a nuestra mente lo que fue nuestro amado
hermano, cuyo recuerdo todavía está tan fresco en nuestras mentes.
No vamos a escribir ningún panegírico, estamos
ciertos que ello no hubiera sido del agrado de nuestro hermano, pues más que
cantar alabanzas sobre su persona y su obra, deseamos invocar un recuerdo
sencillo, sentido y profundo a la vez, con el mismo sentimiento con que
evocamos cosas nuestras, alegres o tristes que han forjado parte de nosotros
mismos.
Unos conocieron a don Ernesto al poco tiempo de su
llegada a España, allá por el año 1924, y le vieron como aquel joven alto de
ojos claros que venía a vivir en España para servir a su Señor, otros en los
años de la II República. Don Ernesto había nacido en Inglaterra el 19 de abril
de 1902.
Durante los años de nuestra guerra civil, 1936-1939,
también hubo españoles que conocieron a don Ernesto en Inglaterra, cuando
acogió a los refugiados que salieron de España, tratando de evitar los horrores
de aquella lucha fratricida, y convivió con ellos mirando cada día el momento
de poder volver a España, la cual le llamaba, como un macedonio en la lejanía.
Nuevos hombres y mujeres entran en contacto con don
Ernesto, el cual, de nuevo en España, en los años difíciles que siguieron al
fin de la guerra, 1939, volvió a tomar el arado para abrir surcos en un suelo
duro, ahora con heridas, con dolor y con terruños manchados de sangre.
En cada época de las citadas arriba, don Ernesto
tuvo un ministerio: predicar y enseñar el Evangelio, esas buenas nuevas que le
habían cautivado, que sentía de forma tan profunda y cuya llamada no podía
eludir, amaba con profunda sinceridad a su Señor y su vida había sido
consagrada a Él y a su segunda patria, España, llegando a tenerla tan dentro de
sí, que era frecuente oírle decir: “nosotros, los españoles”, frase que podía
pronunciar sin sentido de usurpación o con un sentido de advenedizo.
Don Ernesto conoció bien nuestro pueblo, sus
hombres, su historia y sus tierras, las cuales atravesó de Norte a Sur, de Este
a Oeste.
Su vocación, todos lo sabemos, era un secreto a
voces, eran los libros, el estudio, el análisis, el resumen y la exposición que
contuviese el sentido real de la Escritura poniendo luz en los lugares oscuros,
quitando del camino los elementos difíciles para que todo lector pudiese
entender el sagrado mensaje.
En el año 1949, don Ernesto fija su residencia en
Barcelona, para seguir su servicio y trabajo, entregando su alma a su vocación
del estudio y la enseñanza y da comienzo a una de las obras que habría de
seguirle en la posteridad, con un alcance y profundidad que nosotros no podemos
medir.
Son años duros, no existe mucha comprensión sobre el
tipo de trabajo que realiza, faltan dones para aprovechar bien aquella labor,
pero el siervo del Señor no sólo se alienta con los resultados conseguidos,
sino que tiene la plena convicción de que el Señor hará prosperar su labor.
Nuevos hombres y mujeres conocen a don Ernesto y se
vinculan con su trabajo; a unos los tiene cerca, que escuchan su voz y se
nutren de su saber; a otros, más lejos, esparcidos en diversos rincones de
España les escribe, corrige sus ejercicios, aclara sus dudas, les va dando
ideas para que formen su personalidad.
Don Ernesto no está quieto en Barcelona, va de un
lado para otro por España, corre con sus dos muletas la quebrada superficie de
nuestra piel de toro, marcha en coche cuando es preciso ir en coche, por
caminos duros y malos, de esos que tenemos en España en rincones y pueblos,
desde donde le ha llegado una invitación. Sabe de nuestros trenes, de sus
largas noches, de sus coches duros, de su andar fatigoso… También surcó los
aires, como si desde arriba quisiese contemplar más de ese país que amaba,
abarcar más extensión para sentir así una mayor vinculación…
Ya en el año 1964 pasó a Madrid, y desde la capital
de España sigue con su incansable labor: escribe, enseña, aconseja, orienta…,
parece que se multiplica, busca hombres y mujeres que sean sus colaboradores
directos, los estimula y los sensibiliza hasta hacerles oír la voz del
servicio.”
(Continuará)
Leandro Roldán
(Semblanza publicada en la revista “Edificación
Cristiana”, Mayo de 1.972)
1 comentario:
Thank you for posting this about my grandfather. I don't speak Spanish, but used Google translate to read it. I know very little of him, so it was interesting to read this. My father, Douglas, was one of his sons.
Sincerely,
Hugh Trenchard
Victoria BC Canada
Publicar un comentario