jueves, 25 de febrero de 2010

Libros misioneros en el Archivo Histórico (I parte)

A vueltas con los ‘tesoros’ en el archivo, vamos a pasar a hablar de algunos libros que se encuentran en las estanterías, concretamente sobre el tema de misiones.
El movimiento de los Hermanos tiene una larga tradición de obra misionera, tanto es así que se podría decir que la visión misionera forma parte de las mismas raíces del Movimiento. El primer nombre que se relaciona sobre todo con este tema, entre las primeras figuras de los Hermanos, es Anthony Norris Groves, el ‘padre de las misiones de fe’ y se puede leer acerca de su vida, su visión y su servicio misionero en la biografía de Robert Dann: ‘Father of Faith Missions: the Life and Times of Anthony Norris Groves’ (2004).
Hay que decir que la mayoría de los libros que vamos a citar a continuación están en inglés, debido a la larga historia de la actividad misionera en el mundo anglosajón; pero cada vez hay más publicaciones en español y, sin duda, el número irá creciendo. ¡ Ojalá cuenten entre ellas relatos de misioneros desde España!
Uno de los tomos más antiguos en la biblioteca del CEFB remonta a 1842: ‘Missionary Labours and Scenes in Southern Africa’ (Obra misionera y escenas del sur de África) del escocés Robert Moffat, suegro del famoso David Livingstone, que dedicó más de cincuenta años de su vida, junto con su esposa, a llevar el evangelio a los pueblos del sur de África, desde Ciudad del Cabo hasta el territorio de Matabele.
En aquellos tiempos estos siervos del Señor no sólo estaban haciendo una labor pionera en el sentido espiritual, sino que muchas veces también en el sentido geográfico. Se adentraban en tierras previamente desconocidas, cual intrépidos exploradores, y muchos de los conocimientos que tenemos de aquellos países se deben inicialmente a su actividad, de la que luego daban constancia por medio de informes para la Real Sociedad Geográfica. Es el caso de Moffat, como también lo fue del Dr. Livingstone.
Moffat no pertenecía al movimiento de los Hermanos, por la sencilla razón que este aún no había empezado cuando él salió para África, pero Frederick Stanley Arnot sí lo fue. Su familia era vecina de la familia de los Livingstone en Glasgow y, como joven, era un gran admirador de este hombre. Tanto es así que terminó por seguir las huellas de su héroe y en 1881, a la edad de 23 años, embarcó para África. Durante los próximos siete años efectivamente desapareció en las tierras incógnitas del interior del continente africano: Angola, el sur del Congo, el norte Zambia…una zona que se conocía como la “Franja amada”. Arnot pasó el resto de su vida, hasta su muerte en 1914, llevando el evangelio a tribus en estas zonas. Dependió enteramente de su Señor, viviendo en las condiciones más sencillas. Hay dos libros suyos en la colección, el primero, ‘Garenganze’, es de 1889 y pertenecía a D. Ernesto Trenchard. El siguiente se titula ‘Bihé y Garenganze: a record of four years work and journeying in Central Africa’, publicado en 1900.
Durante uno de sus visitas periódicas al Reino Unido, Arnot reclutó a otros obreros para acompañarle en la tarea. Entre ellos fue el Dr. Walter Fisher, un médico de Londres, probablemente uno de los primeros médicos misioneros en Zambia. Su hija se casó con Arnot y la ‘dinastía’ Arnot-Fisher ha dado misioneros a África hasta nuestros días. El relato de esta notable familia se puede leer en ‘Fishers* of men: the missionary influence of an extended family in Africa’(Pescadores de hombres: la influencia de una familia extendida en África) de Pauline Summerton (2003). Es una lectura emocionante e inspiradora, que habla de la gracia de Dios y el poder de unas vidas entregadas enteramente a El.
Otro de los jóvenes que volvió con Arnot en 1889 fue Daniel Crawford, otro escocés que en ese año sólo tenía 19 años. Después sólo volvió al Reino Unido una vez antes de su muerte en 1926. Conocido en África como ‘Kanga Vanta’, recorrió grandes extensiones de Angola y Congo, viviendo entre el pueblo y observando sus costumbres, su forma de pensar y sus valores. Fruto de esta labor es su libro ‘Thinking Black: veintidós años, sin interrupción, en las savanas de África Central’ (Pensando en negro). Publicado en 1912, el título, hoy en día, no se consideraría políticamente correcto, pero es una obra extraordinariamente adelantada para su época. El autor es un hombre que se entregó al pueblo al que fue a servir y los observa con amor y humor, contando anécdotas de sus viajes y su relación con el pueblo. No es un relato cronológico, sino más bien temático, y tremendamente estimulante para la reflexión sobre la obra misionera. El ejemplar que tenemos tiene el atractivo añadido de tener una dedicatoria escrita a mano para D. Arturo Ginnings cuando estuvo en Marín.



Nota: * El apellido Fisher significa pescador.


(Continuará)


Redacción: Alison Barrett

jueves, 18 de febrero de 2010

Francis William Newman

En 1827, llegó a Dublín un joven con un apellido que llegaría a alcanzar gran fama. Era Francis William Newman, hermano menor del gran John Henry Newman. Mientras éste llegaría a ser – desde su crianza evangélica – líder del movimiento anglo-católico (“Tractarian movement”) y acabaría siendo cardenal romano, Francis iba a experimentar cambios no menos notables, con un recorrido que le llevaría desde el inicio del movimiento de los Hermanos hasta el Unitarismo.

Un año antes de su llegada a Dublín, Francis había obtenido una licenciatura de honor en el Worcester College de Oxford, y era también graduado del Balliol College de la misma Universidad. Acababa de ser contratado como profesor particular en el hogar del renombrado abogado irlandés Serjeant Pennefather, futuro Presidente del Tribunal Supremo de Irlanda.

En el citado hogar, Francis W. Newman fue presentado a un hombre extraordinario, de quien años más tarde escribió lo siguiente:
“Este joven pariente suyo (hombre excepcional) ejerció muy pronto sobre mí un gran ascendente. A partir de ahora le llamaré “el pastor irlandés”. ¡Su presencia corporal era realmente débil! ¡Su cara enjuta, sus ojos enroquecidos, sus piernas deformes (usaba muletas), su barba mal afeitada, su traje raído y su aspecto general de persona descuidada; todo ello suscitaba sentimientos de lástima! Luego, uno se sorprendía al verle en la tertulia de una casa de aquella categoría. Hasta se rumoreaba que, en la ciudad de Limerick, alguien le había tomado por un mendigo y le había alargado una moneda de medio penique.
Este joven había cursado estudios de Derecho en la Universidad de Dublín y se había licenciado con altos honores, teniendo por delante excelentes perspectivas para triunfar en su carrera. Pero su conciencia no le permitía ejercer la abogacía; temía que se le presentase la disyuntiva de defender una causa que pudiera ir en contra de la Justicia. Además de tener una mente aguda y lógica, el “clérigo irlandés” rezumaba simpatía, cualidades que combinaba con una gran perspicacia al enjuiciar a los demás, con una atención muy cariñosa hacia todos y con una total falta de egoísmo. Joven aún, se había ordenado como pastor anglicano y ejercía – sin cansarse – un duro ministerio en las montañas del condado de Wicklow. Al atardecer, salía al campo para enseñar la Biblia en las chozas de los campesinos, recorriendo grandes distancias por montes y ciénagas. Así, pocas veces regresaba a su casa antes de la medianoche.
Su salud no tardó en quebrantarse y hasta se temió que pudiera quedar cojo. Aunque no ayunaba a propósito, sus largas caminatas a través del agreste campiña y su ministerio entre personas muy necesitadas le obligaba a severas privaciones; de modo que su aspecto demacrado ya no tenía nada que envidiar al de un monje trapense.
Esto no tardó en provocar la creciente admiración de los pobres católicos, que le consideraban como un auténtico santo, de los de antes. Les parecía que una persona tan demacrada por su ascetismo y austeridad, tan por encima de toda pompa humana y tan dispuesta a compartir incluso su pobreza llevaba necesariamente una impronta celestial.
Así que pronto me convencí de que(…) una docena de hombres de este calibre hubieran hecho más para convertir a toda Irlanda al protestantismo, que toda la organización eclesiástica anglicana. En seguida comprendí que no había otro camino para alcanzar las capas sociales más humildes del pueblo irlandés, y que a aquel hombre no le movía ni el ascetismo ni la ostentación, sino una total abnegación, lo que me dio muy buenos resultados. El único libro que leía era la Biblia, y si se acercó a mi, fue mayormente para persuadirme de que dejase cualquier otra lectura y estudio.
…A pesar de que yo rechazaba enérgicamente algunas de las características de este hombre extraordinario, por primera vez en mi vida, me sentía dominado por alguien superior a mí. “

Y concluye Francis W. Newman: “ Al recordar ahora como se le sometían incluso personas de mente esclarecida y de experiencia, no me resulta sorprendente que también a mí me sujetara a tal servidumbre…él solo quería que los hombres sujetasen sus mentes a Dios; es decir, ¡a la Biblia, según su interpretación, claro está!”

jueves, 11 de febrero de 2010

Pan sobre las aguas: Anthony Norris Groves (V y final)

Ahora Groves tuvo que hacer frente con la negación de las mismas convicciones que había expuesto a Ballet apenas un año antes. Pero, durante un tiempo, hubo otro problema de conciencia aún más grande: “Aún no vi que la libertad de ejercer mi ministerio venía solamente de Cristo, y sentía que alguna forma de ordenación era necesaria. Y a la vez me repugnaba la idea de ser o comportarme como un sectario.”

Al tener nosotros ya conocimientos del desarrollo, de su pensamiento, es fácil adivinar la solución a su dilema. Como muchos otros confrontados con una situación aparecida, volvió al sencillo gozo sin trabas de la iglesia primitiva. “ Un día se me ocurrió el pensamiento que en ningún sitio demanda la Escritura una ordenación para poder predicar el evangelio. Para mi esto era como quitarme de encima una gran montaña.” Continúa – y de esto oiremos más luego – “ en mi última visita a Dublín, mencioné mis ideas al Sr. Ballet y a otros”.

Groves y su esposa continuaron con sus planes para ir a Bagdad: pero ya a sus propias expensas, y como siervos libres de Cristo. Económicamente no tenía muchos problemas, porque había recibido una herencia sustanciosa al morir el padre de la Sra. Groves el año anterior. Esta, como todos sus otros bienes, había de ser puesta al servicio de Cristo. Un grupo de amigos de Dublín tenía gran interés en sus planes, y varios de ellos pensaban unirse a ellos más tarde. Así que, el doce de junio de 1829 embarcaron en Gravesend para San Petersburgo, desde la cual habrían de viajar por tierra a través de Rusia, entrar en Persia y llegar hasta Bagdad. Les acompañó Kitts, el ahijado de Groves cuando joven, y también les acompañó hasta San Petersburgo otro compañero interesante del grupo de Dublín, que había arreglado el flete del yate de un amigo para cubrir esta parte del viaje. Era John Vesey Parnell, hijo de Sir Henry (Brooke) Parnell, destacado miembro irlandés del Parlamento, más tarde nombrado Barón Congleton.

Dice mucho de la tolerancia y bondad de la Sociedad Misionera Anglicana – y desde luego de Groves mismo – que su separación parece haber sido amistosa: en una carta escrita durante el viaje describe como la Sociedad le reexpedía cartas y pequeños paquetes, añadiendo, “ recibo este servicio suyo con mucho agradecimiento”.

La ruptura con la Iglesia Anglicana no había sido llevado a cabo sin dolor; especialmente como el estudio bíblico de Groves le había convencido del bautismo de los creyentes adultos, y había recibido esta ordenanza antes de marcharse. Una amiga, (que más tarde llegó a ser su segunda esposa después de la muerte de María Groves en Bagdad), se había encontrado con él poco después de esta ceremonia y le había dicho: “Desde luego, ahora serás un Bautista, ya que te has bautizado”. La respuesta de Groves era típica de él:
”¡No! Deseo seguir a todos en aquello en que ellos siguen a Cristo, pero no me uniría a ningún partido si implica que he de separarme de otros”. Entonces, sacando sus llaves, dijo,”Si estas llaves están unidas entre si, al caer una, caerían todas; más como cada una de ellas están unidas a éste anillo fuerte, así debemos cada uno acogernos a Cristo, no a ninguno de los sistemas de los hombres, y entonces todos estamos seguros y unidos; debemos mantenernos juntos, no por causa de algún sistema humano, sino porque Jesús es uno”.
Uno de los amigos más íntimos de Groves era el clérigo anglicano de Claybrook, Sr. Caldecott, en cuya ordenación en 1826 Groves había tomado mucho interés y satisfacción personal. Era de esperar que el desarrollo del pensamiento de Groves le había de alarmar, (Aunque más tarde hubo de tomar un camino parecido a éste),y aunque se ofreció para compartir los gastos del viaje a Persia, su carta le reprochaba. Groves le contestó:

“Dices que yo dejé tu comunión, si por esto quieres decir que ahora no parto el pan con la Iglesia Anglicana, esto no es verdad; pero si lo que quieres decir es que no me uno a vosotros exclusivamente, si que es verdad, porque siento que el espíritu exclusivista en la misma esencia cismática que el Apóstol reprende tan vivamente en los Corintios. Yo entonces no conozco ninguna distinción, sino que estoy presto a partir el pan con todos los que aman al Señor, y que no hablan con ligereza mal de su nombre. Yo creo que cada santo es una persona santa porque Cristo mora en él, y El se manifiesta donde se le rinde culto; y aunque sus faltas sean tantas como los cabellos de mi cabeza, mi deber sigue siendo, con mi Señor, unirme con El en el cuerpo místico, y mantener la comunión con él en cualquier obra del Señor en que él trabaja. Y sigues preguntándome, “¿ estás ejerciendo el ministerio bajo tu propia denominación? Confío que no, porque si así hago, la obra no va a prosperar; confío que lo ejercito bajo la nominación de mi Señor bajo su Espíritu; si tú puedes señalar cualquier otra nominación como necesaria o que haya personas excluídas del ministerio hasta que les autoriza algún hombre, espero que estoy dispuesto a sopesar la evidencia que traes. Quisiera, sin embargo, que entiendas claramente, que no tengo objeciones a la ordenación por los hombres si está llevando a cabo con principios de acuerdo con las Escrituras, pero si ellos piensan que dan algo más que su permiso a predicar en su pequeña porción del rebaño de Cristo, yo lo rechazaría hasta que me demuestran como recibieron esta autorización de la Palabra de Dios, y que son los reglamentos y limitaciones bíblicas de esta autoridad.
…Como cuerpos, no reconozco ninguna de las sectas y partidos que hieran y desfiguren el cuerpo de Cristo; como individuos, quisiera amar a todo aquel que ama a Cristo. ¡Oh! Cuando vendrá el dia cuando el amor de Cristo tendrá más poder para unir que la que tienen nuestras absurdas regulaciones para dividir la familia de Dios.”
(16 de diciembre de 1828)
Cinco años y medio más tarde, Groves iba a escribir en su diario:
Estoy tan convencido de la verdad de aquellos benditos principios que el Señor me ha enseñado, que me gloria en su propagación. La sencilla obediencia sólo a Cristo; el reconocer a Cristo en mi hermano como el Alfa y Omega de los términos de nuestra comunión; y por último, una devoción sólo a Cristo”. (25 de junio de 1834)

jueves, 4 de febrero de 2010

Pan sobre las aguas: Anthony Norris Groves (IV)

Ahora ya los acontecimientos empezaban a sucederse rápidamente. La próxima visita a Dublín debía tener lugar en el verano de aquel mismo año, 1827, después del cual no necesitaría Groves volver hasta que acudiera para graduarse en la Semana Santa de 1828. Pero antes de esta visita de verano ocurrieron una extraña sucesión de acontecimientos.

Un misionero de Calcuta, en una visita a Exeter, fue presentado a Groves, y empezaron a conversar sobre sus planes para ir a Persia. Este misionero preguntó a Groves porque estaba “perdiendo el tiempo” estudiando en la Universidad, cuando su intención era marcharse al Oriente. Groves contestó con bastante acierto que esto le prepararía mejor para un ministerio en Inglaterra si acaso su salud le obligaba a volver allí. Además, estaba a punto de hacer su último viaje a Dublín, y sólo faltaban 9 meses para sus exámenes de fin de carrera; cambiar sus planes ahora no diría mucho para su reputación de persona consecuente, ni probablemente haría posible que se marchara a Persia mucho antes.

Sin embargo su esposa estuvo de acuerdo con aquel misionero. Por el momento decidieron esperar sin haber logrado ponerse de acuerdo, pero dos noches antes de su salida para Dublín, los ladrones entraron en su casa, y el dinero puesto aparte para el viaje a Irlanda fue robado. Parece que este incidente resolvió la cuestión para los dos.

Al volver a subir las escaleras me encontré con mi querida María en el pasillo, y le dije, “Bien, amada mía, los ladrones han entrado y han robado todo el dinero”. “Así ahora” dijo ella, “no irás a Dublín”. “No”, contesté, “desde luego no iré”, - y pasamos unos de los domingos más felices de mi vida, al pensar en el Señor y su bondad en preocuparse tanto por nosotros como para impedir nuestro paso, cuando El no quiere que sigamos. Algunos pensaban que habíamos hecho bien, otros que era una gran imprudencia; no nos importaba nada, no teníamos ninguna duda de que aquello era del Señor.

Las ataduras estaban siendo aflojadas rápidamente. Al principio hubo aquella sencillez casi ingenua de corazón en respuesta a la lectura de la Biblia. Su completa devoción a Cristo le había llevado a reconocer cada vez más las implicaciones de una verdadera unidad cristiana; y como resultado directo al despojarse una por una de las restricciones de la disciplina denominacional. Para Groves, estimulado por el desarrollo rápido de su pensamiento, y con una convicción cada vez más segura de la guía de Dios en sus circunstancias personales, ningún incidente habrá parecido demasiado trivial para ser el mensajero de Dios para él.

Fue en este momento crucial cuando tuvo que enfrentarse con la cuestión del reto de su amigo. Groves mismo describió las circunstancias:

Durante este tiempo vino Hakes para consultarme acerca de ciertos problemas que significaban probablemente o dejar su mujer e hijo sin recursos o seguir un curso en contra de su propia conciencia. Yo le di claramente mi opinión, y él, con aquella santa sencillez que siempre le había informado, actuó según le dictó su conciencia. Pero, un poco después, me volvió a visitar, y me preguntó si no mantenía yo la convicción de que la guerra era ilícita para el cristiano. Yo le dije que así lo pensaba yo. Entonces el me preguntó como podía aprobar el artículo de fe de la Iglesia Anglicana que declara: “Es lícito que los hombres cristianos puedan llevar armas si las autoridades así lo piden, y pueden servir en las guerras”. Hasta aquel momento no me había fijado en esto. Lo leí; y contesté, “nunca lo firmaría”, y así terminó mi conexión con la Iglesia Anglicana, a pesar de estar a punto de ser ordenado en su ministerio.

De esta manera Groves tomó, según lo que podemos ver ahora, el paso crucial en su camino eclesiástico. Sin embargo, siguió con sus planes misioneros, tan seguro estaba del llamamiento de Dios que había recibido. Por el momento decidió ir con la Sociedad Misionera Anglicana como ya había planeado, pero como obrero laico. El 1 de enero de 1828 transfirió su negocio y clientela al joven pariente que ya había estado al cuidado de ello durante sus ausencias. Entonces la disciplina de la Iglesia puso la última piedra de tropiezo en su camino. La Sociedad Misionera le informó que, como laico, no tendría permiso de celebrar los sacramentos con los convertidos de su misión en la ausencia de algún clérigo ordenado.
(Continuará)
El movimiento de los Hermanos , Roy Coad (Traducido por Catalina Redman de Wickham)Edificación Cristiana, nº 113, diciembre de 1985, p.9