lunes, 26 de septiembre de 2011

Reportaje de la XVII Conferencia anual de las iglesias de Duque de Sesto y Trafalgar. (1.963)

Reseñamos un extracto de la noticia aparecida en la revista “Edificación Cristiana” (Oct-Dic. de 1.963) sobre estas “históricas” conferencias:

“... Para aquellos que no pudieron estar con nosotros, diremos que este año hemos “batido” todas las marcas de asistencia... ¿Cuál era el ambiente de apertura? Nos preguntamos ahora que vemos las reuniones ya terminadas... Podemos asegurar que en todos había un profundo y sincero deseo de que el Señor fuese honrado y alabado or su pueblo allí reunido, a la par que todos edificados para sentir en nuestras vidas el tema general de nuestra Conferencia...
Mirando hacia atrás, y en justo reconocimiento de su servicio al Señor, tuvimos que hacer mención de aquellos que nos han precedido en el camino de la fe y que en Conferencias anteriores estaban con nosotros, don Juan Biffen, señor Casado, don Mariano S. León, y al contemplar la mies y considerar sus necesidades, sólo pudimos decir como Pedro: “Señor, tú conoces todas las cosas...”
Las sesiones de la Conferencia estaban divididas cada día de manera que tuviésemos, en primer lugar, en cuanto a los cultos de la tarde se refiere, una palabra de saludo y breve reportaje de uno de los hermanos visitantes, seguida después por la exposición del mensaje del Evangelio para las almas inconversas, finalizando después con meditaciones de ministerio de la palabra sobre aspectos prácticos de vida Cristiana Victoriosa.
Por la mañana, el rico manjar de los Estudios Bíblicos, con los sencillos temas de SACERDOTES, REYES y EMBAJADORES, que nos llevaron a las profundidades de la Palabra, poniendo ante nosotros aspectos tan sublimes de lo que somos y seremos por la gracia de Dios obrada a nuestro favor en Jesucristo, los cuales fueron desarrollados por los siervos de Dios, señores Bermejo, Trenchard y Pujol, respectivamente.
El Evangelio se proclamó con claridad manifiesta, oímos su sonido dulce que evocaba en nosotros aquel día cuando llegó a nuestros corazones y aceptamos a Jesús como nuestro personal Salvador. La semilla fue sembrada. ¿En qué proporción será el fruto...? Dios lo sabe.
La palabra de ministerio para los creyentes corrió con agilidad y apenas sin percibirlo la sentíamos dentro de nosotros, obrando en nuestras vidas, mostrándonos con sutileza el camino que debemos seguir para poder alcanzar esa victoria que ya está ganada por Jesús y que es nuestra en la medida de nuestra VIDA REAL CON CRISTO. Los siervos señores Guerola, Federico, Wickham y Puente nos llevaron sobre los temas DEDICACIÓN, SEPARACIÓN, SANTIFICACIÓN y REPRODUCCIÓN, respectivamente.
El día 12 por la mañana celebramos la Reunión Especial de la Juventud, con la participación del elemento joven, en plena actividad durante los días de conferencia, que nos reclamaron para sí un día. Aparte de la intervención de los cuartetos, coros, la parte principal fue a cargo de nuestro hermano Ernesto Trenchard...
... El domingo, día 13, en el Culto de Comunión, en la Capilla “literalmente abarrotada”, adoramos y bendecimos a nuestro Dios, recordando la Obra de expiación de Jesús a nuestro favor en la Cruz del Calvario, seguido de una palabra de fiel siervo de Dios don Edmundo Woodford.
Por la tarde, la tradicional Reunión de Reportajes, donde en poco más de dos horas tuvimos que recorrer la geografía hispana y tratar de conocer algo de la Obra en otros lugares... Todos sentimos en nuestros corazones la gran necesidad, “la mies es mucha”, y de cada uno y de todos en general salió un ferviente clamor y petición –“SEÑOR, ENVÍA OBREROS A TU MIES”- Por unos instantes hemos logrado salir de nuestra región y sentirnos más españoles al compartir con el norte y con el sur sus problemas, con el este y el oeste sus inquietudes y las hemos hecho nuestras. ¡Así sea y que perdure por mucho tiempo este sentimiento!
En las reuniones matutinas de Ancianos y Obreros el Señor ayudó frente a todos los temas tocados, básicos para la vida del pueblo de Dios, y nos hizo ver la gran necesidad de “volver a las fuentes” para sacar de allí el “agua viva” para nutrir y dar vida al pueblo de Dios, y el sentir de todos los reunidos, viendo la responsabilidad de cuidar del Pueblo de Dios, lo podemos resumir en las palabra de Salomón en 1º de Reyes 3:9 “Da, pues, a tu siervo corazón entendido para gobernar a su pueblo, para discernir entre lo bueno y lo malo...”
Han sido días ricos en bendiciones de Señor, saboreando la bondad del Señor para con su pueblo, y al tiempo que miramos hacia atrás también fijamos la mirada en otro año, por si en su voluntad podemos llegar a él y tener otra nueva experiencia.
¡Tú, Señor, para siempre eres Altísimo!”


Fdo.- Luis Roldán

lunes, 19 de septiembre de 2011

En memoria de don Mariano San León. (1.898 – 1.963)

“En estos momentos en que hemos de coger la pluma para recordar al fiel hermano y querido amigo, escritor castizo y poeta cristiano, artista y maestro, evangelista y doctor de la Palabra divina, acuden a mi memoria aquellos versos del también poeta vallisoletano: “... que toda vida es sueño –y, los sueños, sueños son”.
¿No seremos víctimas de horrible pesadilla? ¿Es posible que haya desaparecido el entrañable Mariano? Así ha sido.
“Jehová dio, Jehová quitó: Sea el nombre de Jehová bendito”.”No os entristezcáis como los que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él”. “Estimada es en los ojos de Jehová la muerte de sus santos.” Cuando “el vivir es Cristo, el morir es ganancia”. “Estar con Cristo es mucho mejor.”

A raíz de mi conversión –verano de 1.919- hice una visita a Valladolid. Buscando la Capilla Evangélica di con D. Federico Gray, quien me puso en contacto con Juan, hermano de don Mariano, a quien me llevó a visitar, pues se hallaba enfermo. Hice amistad familiar con ellos, que el tiempo sólo ha conseguido acrecentar. Su casa fue nuestra casa; la nuestra, fue la suya. En nuestra casa pasó, con su también finada esposa, la luna de miel.
Corazón joven hasta el fin de sus días, nunca le vi apartarse de los caminos del Señor. Pasó por pruebas duras, pero las superó mirando a Jesús, el tierno y amado Salvador, a lo invisible, como Abraham. Sabía que Él puede ocultar cielos distantes, pero que nunca falta Su oportuna ayuda.
Educado en los Colegios Evangélicos, juntamente con sus hermanos María y Juan, allí conocieron el Evangelio y fueron convertidos, viniendo Mariano a ser en seguida fiel colaborador de los misioneros Sres. Gray, para lo cual adquirió el título de Maestro de Primera Enseñanza.
En los colegios y en la iglesia fue un verdadero puntal. Si había que aguantar tempestades allí estaba él. Si se necesitaba remar con los demás, remaba. Era persona en quien D. Federico y Dª Florencia sabían que podían confiar.
Al lado de los Sres. Gray se formó intelectual y espiritualmente. Con ellos se encariñó con nuestra cultura tanto artística como literaria, de la cual eran francos admiradores. Nuestra cultura, tan influenciada por el Evangelio en aquel Siglo de Oro, al que Azorín llamó “Una hora de España” y no más a causa de la intolerancia religiosa. Mariano lo sabía bien. Había andado en las huellas de aquellos mártires de la Inquisición que en su ciudad sellaron su fe con su sangre. “¡Huellas amadas!” creo que era el título de una obra en proyecto. De ellos adquirió una visión mundial del Campo Misionero. Con Dª Florencia trabajó en el estudio del gran Evangelista Pablo Kanamori, por un periodo de su vida anquilosado por el Modernismo, y de Pandita Ramabi, la noble cristiana hindúe. Algo escribió sobre ellos, no recuerdo si en “El joven cristiano”, una de cuyas portadas también dibujó.
Su formación la puso al servicio del Evangelio lo mismo si cogía el pincel que si empuñaba la pluma o hacía uso de la palabra.
Nos regaló un texto bíblico como recuerdo de boda, que revela lo que era capaz de hacer. Otros muchos hizo que son un alarde de buen gusto y de expresión evangélica. Pero muchos más ejecutaron, bajo su dirección, su millares de alumnos, llevando así un rayo de luz, un mensaje del amor de Dios a otros tantos hogares, donde habrán hecho incalculable bien.
¿Qué diremos de su pluma? Sus cartas, sus artículos –tanto los publicados con su firma como con seudónimo “León Herrezuelo” –y, sobre todo, sus himnos y poesías, estamos seguros de que un día se recogerán, y, debidamente ordenados, se publicarán para bien del Evangelio. Con D. Federico Gray colaboró en la selección y adaptación de nuestro actual Himnario Evangélico, que tanto éxito ha tenido. Él dibujó la portada de nuestro Almanaque Evangélico “Luz y Vida” y mucho del texto suyo fue, pues colaboraba donde se le solicitaba siempre que fuese cuestión del Evangelio.
Los Colegios Evangélicos hubieron de cerrarse al estallar la Guerra Civil. Poco después se le encomendó a la Obra. Para mí fue una mera fórmula porque la obra la venía haciendo desde más de treinta años atrás, ayudando consagradamente a D. Federico y Dª Florencia, tanto en los Colegios como en toda la labor de la Iglesia y en la evangelización.
Como Obrero evangélico deja un hueco difícil de llenar y una pauta a seguir. Detestó el “profesionalismo” pastoral. Pensaba que el obrero había de hacer la obra de evangelista y, si se quiere, la de maestro itinerante. Su parroquia abarcó a toda España. Su visión del Campo, al mundo entero. La labor de cada día, pensaba él, debe ser realizada por los ancianos y diáconos de la iglesia.
Cuando en septiembre estuvo por última vez en León fue de regreso de una gira por Galicia, tras atender las Clases Bíblicas de Villar, donde deja un puesto bien difícil de llenar.
En las conferencias Anuales de Madrid, igual que en las de Barcelona, su colaboración se había hecho imprescindible, y se veía que era fruto de escudriñar continuamente la Palabra de Dios y dialogar y pelear con Él en oración.

Los obreros se relevan, la Obra permanece.
¡Señor!: Te damos la gracias por la labor del siervo que tuvimos entre nosotros y a quien Tú promoviste a un servicio superior, pidiéndote que suscites a quien haya de ocupar su puesto. ¡La mies es tanta!...”


Fdo. Audelino G. Villa
(Revista “Edificación Cristiana”, marzo-abril de 1.963)

lunes, 12 de septiembre de 2011

Doña Adelaida Turrall está con el Señor. (1.868-1.960): “Una madre en Israel”

Doña Adelaida Turrall, que fue llamada a su Hogar celestial el día 27 de diciembre de 1.960, bien mereció esta hermosa calificación aplicada a Débora en Jueces 5:7. Durante 71 años sirvió al Señor en España, pasando 60 de ellos en la compañía de su difunto esposo, don Enrique Turrall, de feliz memoria. El matrimonio tuvo sólo una hijita, que murió a los pocos meses de nacer, pero los siervos del Señor consideraron como “hijos” suyos los hermanos y hermanas de varias generaciones en la iglesia de Marín que se habían entregado al Señor durante el curso de su ministerio. Doña Adelaida tenía una aptitud especial para llevar a personas interesadas a una decisión personal, fijándose siempre en quienes se habían conmovido por la Palabra durante los cultos. Luego cuidaba como verdadera madre de los “niños espirituales” durante el desarrollo de su nueva vida.
La sra. de Turrall nació en Birmingham, Inglaterra, el día 14 de febrero de 1.868, y desde muy joven se dedicó al Señor. Antes de cumplir veinte años, los Ancianos de su asamblea le pidieron que se encargase de la clase bíblica para las jóvenes, y en el año 1.889 fue encomendada a la obra misionera en España. Primeramente colaboró con los señores Payne en la Iglesia de Gracia, Barcelona, y pronto pudo tomar a su cargo la clase mayor de las jóvenes, de las cuales varias llegaron a convertirse y ser bautizadas.
Don Enrique Turrall había de ir a Vigo, pero antes pasó una temporada en Madrid, y creo que fue allí donde se encontraron los futuros esposos, y se prometieron, hallando la expresión bíblica de sus anhelos en los textos: “Engrandeced a Jehová conmigo...” “Ensalcemos su Nombre a una...”, textos que después adornaron las paredes de su comedor.
Se casaron en el año 1.892, y el año siguiente formaron su hogar en Monforte de Lemos, un centro que prometía bastante en aquellos días, y desde donde extendieron su ministerio a varios pueblos de la comarca.
En 1.897 fueron llamados a Vigo, donde establecieron una verdadera “escuela de los profetas” en la calle Carral, recibiendo y preparando a jóvenes encomendados a la Obra. Todos sus “discípulos” de aquellos días llegaron a destacarse en la Obra del Señor, ya en América, ya en España.
En el año 1.900, los señores Turrall se trasladaron a Marín, que llegó a ser su base hasta su llamamiento al Cielo, aparte unos años, desde 1.904 a 1.907, cuando viajaron bastante por el país, prestando ayuda donde se necesitaba.
En Marín, los destacados dones del señor Turrall en el pastoreo y en la enseñanza bíblica fueron medios para establecer una iglesia numerosa y fuerte. Doña Adelaida halló su esfera especial en la clase bíblica, que llevó por 40 años, y en las visitas a las hermanas. Durante un corto periodo estableció un dispensario con la ayuda de doña Alicia Condé, y se gozaba mucho en prestar su ayuda a su marido cuando éste extendía sus operaciones a puntos como Villar y Moraña. Muchas de las mujeres de tales sitios se acuerdan aún de la bendición que recibieron por medio de su celo y fidelidad.
Cuando iban faltando las fuerzas físicas, se dio más aún a la oración y al estudio de la Palabra, y durante las últimas semanas de su vida, temiendo que quizá no podría leer la Biblia siempre, se dedicó a aprender más textos de memoria, para poderlos meditar y luego pasar a otros el beneficio recibido. Sin duda las bendiciones recibidas en Marín deben mucho a sus intercesiones, ya que solía orar sistemáticamente por todas las familias evangélicas. Entre éstas sus últimas preguntas a don Isaac Campelo: “¿Se ha convertido el joven X? ¿Qué tal sigue espiritualmente el hermano Y?”.
Durante una de sus vacaciones en Inglaterra puso delante de dos jóvenes, que ya se sentían llamados a una obra especial por el Señor, las necesidades de España, y de estas conversaciones, directa o indirectamente, surgieron los llamamientos definitivos a la Obra del Señor aquí, de don Juan Biffen, don Arturo Chapel y el que escribe.
El dolor de la pérdida en presencia física de su querido esposo en el mes de mayo de 1.953, no menguó su celo por la Obra de Dios en Marín, ni su amor por la amada iglesia.
La numerosa concurrencia al culto fúnebre, a cargo de don Isaac Campelo en la capilla, y al de don Cecilio Fernández en el cementerio, puso de manifiesto el respeto y el amor de los cuales gozaba nuestra hermana. Otra sierva del Señor ha ido a su reposo, bien recordada por sus “obras de amor”.

Edmundo Woodford
(Revista “Edificación Cristiana”, mayo de 1.961)

martes, 6 de septiembre de 2011

Un penoso vacío: El Señor ha llamado al querido don Juan. (1.893-1.960)

"La llamada a la Casa Celestial de nuestro amado don Juan Biffen ha dejado un penoso vacío, no sólo en los corazones de sus seres queridos y de sus muchos amigos, sino también en la Obra del Señor en toda España.
Nacido en Londres, y criado en el seno de una familia evangélica y misionera (pues dos de sus hermanas salieron a la obra en África), se convirtió jovencito y dedicó su tiempo libre a la predicación del Evangelio al aire libre. Se gozaba en salir en bicicleta los sábados, con un grupo de hermanos jóvenes, con el fin de evangelizar los pueblos cercanos. Se entusiasmaba además por los estudios misioneros que se llevaban a cabo en aquel entonces y fue en una conferencia misionera donde oyó el llamamiento del Señor para ir a España. Por el verano del año 1.919, doña Adelaida, esposa de don Enrique Turrall, de Marín, se hallaba en Inglaterra, sintiéndose muy preocupada por la necesidad de refuerzos para Galicia, ya que en diez años no había llegado ningún hermano para colaborar en la Obra. Sin conocer al joven al lado del cual estaba sentada a la mesa, fue guiada por el Señor a preguntarle si había pensado en España como campo de trabajo: pregunta que inició un periodo de meditación, que llevó a don Juan a creer que de veras Dios le había llamado a nuestro país. Pocos meses después, en circunstancias parecidas, habló con el que suscribe, que también le era desconocido, y al principio de 1.920 los dos “reclutas”, dando por cierto que Dios nos llamaba, nos hallábamos en Marín ocupados en aprender el idioma –y tantas otras cosas- por la palabra y el ejemplo del veterano y tan dotado siervo de Dios, don Enrique Turral. Pronto después se juntó con nosotros don Arturo Chappel, de tal feliz memoria, para ocuparse de la Obra en Marín y sus alrededores. Don Juan se casó al fin de aquel año, y en 1.921 se trasladó con doña Margarita a Gijón, donde recogió a bastantes hermanos esparcidos y edificó la capilla, en 1.927. Quedó allí, pudiendo abrir puertas en varios pueblos, hasta el año 1.936 cuando, muy a pesar suyo, tuvo que salir con los suyos de una zona de peligro, pasando a Inglaterra.
Con el pensamiento fijo siempre en España, de acuerdo con don Ernesto Trenchard y otros hermanos, hizo planes para hospedar en “Moorlands” en Inglaterra a bastantes hermanas con sus hijos que tuvieron que salir de España a causa de la guerra. En el año 1.939 volvió a su casa y obra en Asturias, pero pronto sintió la llamada del Señor a Madrid. La antigua capilla en calle Trafalgar estaba en peligro de derrumbarse, y con el apoyo moral y la ayuda económica de don Germán Sautter, emprendió la imponente tarea de levantar el edificio actual. Como hombre de fe que era, no vaciló ante las grandes responsabilidades, ni ante las dudas de bastantes hermanos, y es gracias a su esfuerzo y empeño que la iglesia de la calle Trafalgar debe su amplia y hermosa capilla, inaugurada en el año 1.947. Podría decir, como Wren, el arquitecto de la Catedral de San Pablo, en Londres: “Si queréis monumento, mirad alrededor”.
En sus primeros tiempos en España, hizo un recorrido por el Sur antes de llegar a Galicia, y nunca perdió su interés por aquella zona. Durante la última parte de su vida fue su constante afán visitar y aconsejar aquellos grupos que se habían quedado sin obreros. Desde Cartagena hasta Huelva se interesó en la adquisición de capillas, animando a la vez a las iglesias por sus sanos consejos. No descuidó la obra en Madrid, y por sus muchas salidas los hermanos aprendieron a desarrollar sus dones y sentir mayor responsabilidad propia. El Señor bendijo mucho la Obra en la capital entre jóvenes y mayores, y él quedará “siempre recordado por lo que ha hecho”, con la colaboración de todos los hermanos que le amaban.
Al final de la guerra mundial nos hallamos juntos en Vigo, ya que se realizaba un viaje especial con autoridad para abrir varias capillas cerradas. “Me llaman Juan –dijo-, pero debieron llamarme Pedro, porque tengo las llaves.”
En su último viaje a su país descansó poco, dedicándose a abogar por varios fondos especiales para el adelanto de la Obra, y despertar interés en ella. Se sentía lleno de salud hasta seis semanas antes del fin de su carrera, y seguía incansable en su ministerio hasta que de repente se descubrió en su esófago el cáncer que dio fin a su vida antes de ser posible ninguna intervención quirúrgica.
Su viuda cuenta un rasgo característico de él en el hospital. En una de las camas de la sala se hallaba un jovencito gravemente enfermo, y al ver a don Juan leer su Biblia le rogó encarecidamente que le enseñase a orar, ya que temía morir. Arrodillado al lado de su cama, él tuvo la satisfacción de llevar al joven a Cristo, y éste, a los pocos días, murió confiado y feliz: la última alma, de las muchas que le darán las gracias en las “moradas eternas” por su testimonio fiel.
Sí; ha dejado un vacío que difícilmente se puede llenar, pero el Señor sigue preguntando: “¿A quién enviaré? Y ¿quién irá por nosotros?” “¿No habrá quien diga: “Heme aquí; envíame a mí?"



Edmundo Woodford


(Revista “Edificación Cristiana”, enero de 1.961)