lunes, 19 de septiembre de 2011

En memoria de don Mariano San León. (1.898 – 1.963)

“En estos momentos en que hemos de coger la pluma para recordar al fiel hermano y querido amigo, escritor castizo y poeta cristiano, artista y maestro, evangelista y doctor de la Palabra divina, acuden a mi memoria aquellos versos del también poeta vallisoletano: “... que toda vida es sueño –y, los sueños, sueños son”.
¿No seremos víctimas de horrible pesadilla? ¿Es posible que haya desaparecido el entrañable Mariano? Así ha sido.
“Jehová dio, Jehová quitó: Sea el nombre de Jehová bendito”.”No os entristezcáis como los que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él”. “Estimada es en los ojos de Jehová la muerte de sus santos.” Cuando “el vivir es Cristo, el morir es ganancia”. “Estar con Cristo es mucho mejor.”

A raíz de mi conversión –verano de 1.919- hice una visita a Valladolid. Buscando la Capilla Evangélica di con D. Federico Gray, quien me puso en contacto con Juan, hermano de don Mariano, a quien me llevó a visitar, pues se hallaba enfermo. Hice amistad familiar con ellos, que el tiempo sólo ha conseguido acrecentar. Su casa fue nuestra casa; la nuestra, fue la suya. En nuestra casa pasó, con su también finada esposa, la luna de miel.
Corazón joven hasta el fin de sus días, nunca le vi apartarse de los caminos del Señor. Pasó por pruebas duras, pero las superó mirando a Jesús, el tierno y amado Salvador, a lo invisible, como Abraham. Sabía que Él puede ocultar cielos distantes, pero que nunca falta Su oportuna ayuda.
Educado en los Colegios Evangélicos, juntamente con sus hermanos María y Juan, allí conocieron el Evangelio y fueron convertidos, viniendo Mariano a ser en seguida fiel colaborador de los misioneros Sres. Gray, para lo cual adquirió el título de Maestro de Primera Enseñanza.
En los colegios y en la iglesia fue un verdadero puntal. Si había que aguantar tempestades allí estaba él. Si se necesitaba remar con los demás, remaba. Era persona en quien D. Federico y Dª Florencia sabían que podían confiar.
Al lado de los Sres. Gray se formó intelectual y espiritualmente. Con ellos se encariñó con nuestra cultura tanto artística como literaria, de la cual eran francos admiradores. Nuestra cultura, tan influenciada por el Evangelio en aquel Siglo de Oro, al que Azorín llamó “Una hora de España” y no más a causa de la intolerancia religiosa. Mariano lo sabía bien. Había andado en las huellas de aquellos mártires de la Inquisición que en su ciudad sellaron su fe con su sangre. “¡Huellas amadas!” creo que era el título de una obra en proyecto. De ellos adquirió una visión mundial del Campo Misionero. Con Dª Florencia trabajó en el estudio del gran Evangelista Pablo Kanamori, por un periodo de su vida anquilosado por el Modernismo, y de Pandita Ramabi, la noble cristiana hindúe. Algo escribió sobre ellos, no recuerdo si en “El joven cristiano”, una de cuyas portadas también dibujó.
Su formación la puso al servicio del Evangelio lo mismo si cogía el pincel que si empuñaba la pluma o hacía uso de la palabra.
Nos regaló un texto bíblico como recuerdo de boda, que revela lo que era capaz de hacer. Otros muchos hizo que son un alarde de buen gusto y de expresión evangélica. Pero muchos más ejecutaron, bajo su dirección, su millares de alumnos, llevando así un rayo de luz, un mensaje del amor de Dios a otros tantos hogares, donde habrán hecho incalculable bien.
¿Qué diremos de su pluma? Sus cartas, sus artículos –tanto los publicados con su firma como con seudónimo “León Herrezuelo” –y, sobre todo, sus himnos y poesías, estamos seguros de que un día se recogerán, y, debidamente ordenados, se publicarán para bien del Evangelio. Con D. Federico Gray colaboró en la selección y adaptación de nuestro actual Himnario Evangélico, que tanto éxito ha tenido. Él dibujó la portada de nuestro Almanaque Evangélico “Luz y Vida” y mucho del texto suyo fue, pues colaboraba donde se le solicitaba siempre que fuese cuestión del Evangelio.
Los Colegios Evangélicos hubieron de cerrarse al estallar la Guerra Civil. Poco después se le encomendó a la Obra. Para mí fue una mera fórmula porque la obra la venía haciendo desde más de treinta años atrás, ayudando consagradamente a D. Federico y Dª Florencia, tanto en los Colegios como en toda la labor de la Iglesia y en la evangelización.
Como Obrero evangélico deja un hueco difícil de llenar y una pauta a seguir. Detestó el “profesionalismo” pastoral. Pensaba que el obrero había de hacer la obra de evangelista y, si se quiere, la de maestro itinerante. Su parroquia abarcó a toda España. Su visión del Campo, al mundo entero. La labor de cada día, pensaba él, debe ser realizada por los ancianos y diáconos de la iglesia.
Cuando en septiembre estuvo por última vez en León fue de regreso de una gira por Galicia, tras atender las Clases Bíblicas de Villar, donde deja un puesto bien difícil de llenar.
En las conferencias Anuales de Madrid, igual que en las de Barcelona, su colaboración se había hecho imprescindible, y se veía que era fruto de escudriñar continuamente la Palabra de Dios y dialogar y pelear con Él en oración.

Los obreros se relevan, la Obra permanece.
¡Señor!: Te damos la gracias por la labor del siervo que tuvimos entre nosotros y a quien Tú promoviste a un servicio superior, pidiéndote que suscites a quien haya de ocupar su puesto. ¡La mies es tanta!...”


Fdo. Audelino G. Villa
(Revista “Edificación Cristiana”, marzo-abril de 1.963)

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