“Alto, canoso, con su barbita puntiaguda, el decano de los colportores gallegos llega, con su cartera pesada al hombro. Su paso firme y resuelto, su agilidad casi juvenil, no concuerdan con sus años de arduos servicios a la Cruzada Bíblica. Trece años han pasado desde que salimos juntos por primera vez, pero parece que él ha cambiado muy poco, a pesar del tiempo y las aventuras. Por cierto su celo, su intrepidez y perseverancia no se han menguado en lo más mínimo. Aquí, en los extremos de su campo de batalla, aprovechamos unos momentos de descanso a fin de que el anciano guerrero nos proporcione algunas lecciones para los “quintos” de la buena milicia.
- ¿...?
- Mi juventud fue trabajando en una fábrica de construcción de máquinas. Fui convertido antes de los diecinueve años, y, antes de ser bautizado, queriendo hacer algo para la causa del Señor, tomé, o me impuse, la obligación de cuidar del alumbrado (antes a petróleo), y guardar la puerta, impidiendo el ruido en los cultos. Más tarde fui empleado en el ferrocarril; una vez allí tuve que hacer frente a la incredulidad de mis compañeros, que me tomaron por loco o fanático. Muchas veces oí hablar de los colportores y sus luchas con las autoridades y curas, y yo me decía: “Esto, sí, que necesita fe”.
Después de algún tiempo, con otro joven, salimos por las aldeas, repartiendo tratados y predicando el Evangelio (según se podía), cuando un día me dijo un siervo del Señor que la Sociedad Escocesa había pensado poner un colportor en Vigo, si yo quería aceptarlo. Así lo hice, el 9 de octubre del año 1898, sin tener en cuenta las luchas y desprecios que me esperaban en tal obra, pero siempre tuve el único objeto delante, que la Palabra, o el Libro, era de Dios, y Él había de velar por mí. De ese modo me dediqué a esta clase de obra. Cuando fui para hacer entrega de mi cargo, el mismo ingeniero me dijo: “Millos, ese empleo es muy comprometido”.
- Mi juventud fue trabajando en una fábrica de construcción de máquinas. Fui convertido antes de los diecinueve años, y, antes de ser bautizado, queriendo hacer algo para la causa del Señor, tomé, o me impuse, la obligación de cuidar del alumbrado (antes a petróleo), y guardar la puerta, impidiendo el ruido en los cultos. Más tarde fui empleado en el ferrocarril; una vez allí tuve que hacer frente a la incredulidad de mis compañeros, que me tomaron por loco o fanático. Muchas veces oí hablar de los colportores y sus luchas con las autoridades y curas, y yo me decía: “Esto, sí, que necesita fe”.
Después de algún tiempo, con otro joven, salimos por las aldeas, repartiendo tratados y predicando el Evangelio (según se podía), cuando un día me dijo un siervo del Señor que la Sociedad Escocesa había pensado poner un colportor en Vigo, si yo quería aceptarlo. Así lo hice, el 9 de octubre del año 1898, sin tener en cuenta las luchas y desprecios que me esperaban en tal obra, pero siempre tuve el único objeto delante, que la Palabra, o el Libro, era de Dios, y Él había de velar por mí. De ese modo me dediqué a esta clase de obra. Cuando fui para hacer entrega de mi cargo, el mismo ingeniero me dijo: “Millos, ese empleo es muy comprometido”.
- ¿Usted cree que la difusión de la Biblia por sí sola puede conseguir resultados definitivos?
- La difusión de la Biblia puede y hace mucho. En una ocasión vendí una Biblia a un hombre capataz de brigada del ferrocarril, y cuando apenas me acordaba del aquella venta, un día de lluvia me tuve que abrigar en una minúscula casilla, y cuando entré vi que el capataz estaba leyendo la Biblia a sus compañeros, lo que me dio ocasión de tomar la palabra y anunciarle a Cristo como Salvador. Otro caso es que al ofrecer en una tienda la Biblia, el jefe me dijo: “Ofrézcasela a ése”, indicándome al mozo. Tomando yo la libertad se la ofrecí, y él me dijo: “Ya la tengo, y soy como usted, salvo por Cristo”. Así se hacen contactos, y en algunos casos se han abierto puertas para la predicación del Evangelio.
- ¿Cuál de los contrarios han sido más difíciles de combatir?
- Los peores enemigos del colportor en todo tiempo han sido los curas, mandando que se impidiese la venta de los libros, y que no se nos diese posada, llegando su furia en algunos casos hasta pedir a los maestros que soltasen a los niños para impedir el paso, y tirar piedras. También los alcaldes (llamados de monterilla) eran muy molestos, negando toda protección y derecho, no respetando los documentos, y prohibiéndonos la venta de las Escrituras, expulsando del pueblo al hombre Bíblico, y tratándole como indigno de toda consideración y respeto. En el nuevo régimen la venta se hace más fácil, especialmente en las capitales, considerando que los curas no tienen tanta fuerza, y los alcaldes son más liberales. En cambio se encuentra la lucha del ateísmo y la intolerancia del comunismo, por lo tanto no hay tanta libertad como se dice.
- ¿...?
- Llevo en esta obra, trabajando cada mes, treinta y cinco años, y he vendido sobre más o menos un total de 150.000 ejemplares. De éstos habrán sido quemados muchos, y otros estarán en los estantes cubiertos de polvo, y el resto llevará el fruto para la honra de Dios.
- Una pregunta más... ¿qué son las cualidades esenciales en el obrero Bíblico?
- Primera: ser cristiano y hombre de oración, lector del libro que lleva, o sea la Biblia. Segunda: negarse a sí mismo; es decir, que no tenga voluntad propia ni política.
Tercera: nunca dar la espalda al enemigo; antes dar la cara y luchar.
Cuarta: no dar confianza a ninguna persona, no siendo creyente; sosteniendo, sí, amistad con todas, pero guardando cierta distancia entre sí para no caer en algún lazo del diablo.
... ¡Valiente gallego, intrépido explorador, vivo representante del Libro que vende, nos acordaremos en nuestras oraciones de usted y sus compañeros de milicia, inspirándonos en su ejemplo y consagrándonos a emularlo en lo que nos toque, recordándo el fin de su conducta. Jesucristo, el Mismo hoy, y ayer, y por los siglos!”
... ¡Valiente gallego, intrépido explorador, vivo representante del Libro que vende, nos acordaremos en nuestras oraciones de usted y sus compañeros de milicia, inspirándonos en su ejemplo y consagrándonos a emularlo en lo que nos toque, recordándo el fin de su conducta. Jesucristo, el Mismo hoy, y ayer, y por los siglos!”
(Entrevista realizada por Edmundo Woodford y aparecida en la revista “El joven cristiano”, marzo de 1.934)
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