lunes, 1 de agosto de 2011

Crisis y oportunidad. (Febrero de 1.936)

Empezamos a recorrer el año 1.936 a través de la revista “El joven cristiano” y nos encontramos con una editorial que ya vislumbraba los problemas que se avecinaban en España...

(Salmo 115:9, Jer. 30:6)


“En los graves problemas que se presentan en todos los órdenes de la vida en los días que corremos, el cristiano tiene que enfrentarse con su crisis más aguda, y con su mayor oportunidad. Dentro de breves días hemos de ver celebrarse las elecciones generales, y bien pocos son los que no se dan cuentan de los delicado del trance y de las transcendentales consecuencias que pueden resultar de lo que se verifique en ellas. Una sociedad cristiana tiene que creer o no creer una de las dos cosas forzosamente –que Dios puede y desea salvarla de los peligros que amenazan su paz y prosperidad con una completa desintegración o que no puede hacerlo. Tenemos que aceptar o rechazar la Palabra de Dios. O Cristo tiene algo que podemos ofrecer al país como remedio para su caos, o el cristianismo es una farsa.
Nos conviene dar frente a esta cuestión y a las implicaciones de nuestra actitud con respecto a ella. Si dudamos del poder del Salvador o le limitamos, digámoslo y no nos llamemos más cristianos, y si le aceptamos como tal Salvador del individuo, la familia y la nación, ¿estaremos dispuestos a seguirle sin demora ni reserva de ninguna clase?
No es un asunto de fantásticas teorías; no hay duda de que podemos confiar en nuestro Dios y solamente en él deben estar depositadas nuestra confianza y esperanza, pues Él es capaz de enviarnos luz en las tinieblas y sacarnos de los múltiples males que nos acechan.
Todos los problemas tienen su raíz en uno que es esencialmente espiritual. Ni el gobierno, cualquiera que sea, ni la legislación, buena o mala, pueden producir los cambios y mejoras que tanta falta hace que veamos venir.
Volviendo a las primeras causas, encontramos que el mal a que el mundo debe todos sus males, su sufrir y llorar, todos los problemas que le conducen a la desesperación, está en el corazón del hombre. El gran mal universal es el egoísmo, y es aquí donde tenemos que empezar con el remedio. La conquista de sí mismo es por obligación la primera labor del hombre, y el que capaz de cambiar a una sola persona puede hacerlo en una nación entera. La victoria de un individuo es el primer paso hacia la victoria del grupo, de la iglesia, de la comunidad. Una comunidad bajo la dirección de Cristo sabrá influenciar a una ciudad, una ciudad afectará a otras y todas las provincias, con nuevos horizontes y aspiraciones, depositarán el poder en hombros de Aquel cuyo nombre es “Maravilloso, Consejero, Dios fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. ¡Qué grandioso es el plan! ¡Qué hermosa la aurora del glorioso día cuando sea en efecto así! Ya nos parece oír la voz del Señor que dice: “Haré temblar a todas las gentes, y vendrá el Deseado de todas las gentes”. (Hageo 2:7)
En estos días, la primera obligación de todo cristiano verdadero es orar como nunca antes haya orado. La oración cambia las cosas, y más se hace por la oración de lo que el mundo se imagina. Si todos los hijos de Dios en todas las iglesias se dedicasen a orar ferviente y constantemente, estaríamos ya pisando caminos conducentes a mayor paz, tranquilidad y buena voluntad entre los hombres, y veríamos grandes días venir sobre el país. Tenemos inmensos recursos a que acudir, hay inmensas reservas de buena voluntad en nuestro Dios y la plata y el oro son suyos. Pero nos hace falta la fe primitiva y el espíritu de alegre servicio para que en realidad seamos patriotas de la única manera en que se nos permite ayudar en estos conflictos estando en el mundo, pero no perteneciendo a él. De esta manera serán reedificados los lugares desolados, y las dichas que tanto necesitamos y anhelamos serán realidades. Entonces seremos digno de ser llamados “reparadores de portillos y restauradores de calzadas para habitar” (Is. 58:12)
A nuestras rodillas, queridos hermanos, en la presencia de Dios en estos días, y en una verdadera humillación y contrición por nuestros pecados y los de la nación, implorando que Él cambie el corazón egoísta en un espíritu de altruismo sincero y grandioso, en amor hacia Él y su santa Palabra para cumplirla, con el fin de que sean evitados acontecimientos sanguinarios y violentos, y que con tranquilidad y equidad gobiernen “los que están en eminencia para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1ª Tim 2:2).
Algunos de los que nos leen no tendrán dudas en relacionar el significado profundo de los peligros y problemas actuales con una visitación providencial; pero después de la noche viene la aurora con la manifestación de la gloria de Cristo, y por esto oramos: “Venga tu reino”.

(Editorial de la revista “El joven cristiano”, núm. 86, Febrero de 1.936)

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