La iglesia de Trafalgar acaba de sufrir una pérdida muy grande con la partida para estar con Cristo, el día 24 del pasado mes de diciembre (1.953), de don Hermann Sautter.
Nuestro hermano era uno de nueve hermanos, que quedaron huérfanos de padre cuando Hermann tenía 12 años, y dos años más tarde murió la madre. El vino a España cuando tenía unos 26 años, con el fin de quedarse dos años para aprender el idioma, pero al tener contacto con los sres. Rhodes y hermanos de Trafalgar, le cautivó tanto el ambiente espiritual que encontraba, que optó por quedarse en España.
Era hombre diligente en sus negocios, y el Señor le prosperaba, pero jamás se dejaba dominar por el negocio, pues, al contrario, continuamente dio el primer lugar a las cosas del Señor.
Siendo hombre esencialmente sencillo y humilde, era de temperamento algo tímido que no le permitía gozar de aquella intimidad con todos sus hermanos que hubiera querido, pero ha dejado un sin fin de pruebas de su interés en ellos.
Colaboraba con todo entusiasmo con los sres. Rhodes en todas las actividades de la obra, y por muchos años, primero de soltero, y después con su esposa, doña Lidia, subía con toda regularidad a Tetuán de las Victorias, proveyendo y preparando cacao, galletas, etc., para todos los que asistían. La prosperidad actual de la Obra en aquel barrio madrileño se debe en gran parte al interés que Don Hermann y su señora, juntamente con los sres. Rhodes, tomaban por ella por tantos años.
Hombre profundamente espiritual, el señor Sautter nunca dejaba escapar una oportunidad de hablar de las cosas del Señor, y en su compañía se podía notar que siempre sacaba una conversación sobre algún trozo de las Escrituras. Pocas veces hablaba en los cultos, pero cuando lo hacía, siempre ministraba la Palabra con provecho. Era hombre de oración que obviamente vivía muy cerca de su Señor. Hallaba gran consuelo en “la esperanza bienaventurada” de la segunda venida de Cristo.
De su generosidad se podría hablar mucho, pero nunca se podría contar más que una pequeña parte, pues siempre procuraba obedecer a su Señor en su mandato de Mat. 6: 3. La capilla de nuestra iglesia queda como monumento a la generosidad de nuestro querido hermano, y del interés que, durante más de 45 años, él ha mostrado en el bienestar espiritual de sus hermanos.
Extendemos a su señora, doña Lidia, que, por tantos años, ha sido su fiel compañera y colaboradora; y a su única hija, doña Esther y su marido D. Alfredo Weitbrecht, juntamente con su hermano D. Gotthirf, la expresión de nuestra más sentida simpatía, orando que “el Padre de huérfanos y Defensor de viudas” les consuele y bendiga. Y para nosotros bien podríamos pedir que nos sea dado el seguir a Don Hermann como él seguía a Cristo”
Nuestro hermano era uno de nueve hermanos, que quedaron huérfanos de padre cuando Hermann tenía 12 años, y dos años más tarde murió la madre. El vino a España cuando tenía unos 26 años, con el fin de quedarse dos años para aprender el idioma, pero al tener contacto con los sres. Rhodes y hermanos de Trafalgar, le cautivó tanto el ambiente espiritual que encontraba, que optó por quedarse en España.
Era hombre diligente en sus negocios, y el Señor le prosperaba, pero jamás se dejaba dominar por el negocio, pues, al contrario, continuamente dio el primer lugar a las cosas del Señor.
Siendo hombre esencialmente sencillo y humilde, era de temperamento algo tímido que no le permitía gozar de aquella intimidad con todos sus hermanos que hubiera querido, pero ha dejado un sin fin de pruebas de su interés en ellos.
Colaboraba con todo entusiasmo con los sres. Rhodes en todas las actividades de la obra, y por muchos años, primero de soltero, y después con su esposa, doña Lidia, subía con toda regularidad a Tetuán de las Victorias, proveyendo y preparando cacao, galletas, etc., para todos los que asistían. La prosperidad actual de la Obra en aquel barrio madrileño se debe en gran parte al interés que Don Hermann y su señora, juntamente con los sres. Rhodes, tomaban por ella por tantos años.
Hombre profundamente espiritual, el señor Sautter nunca dejaba escapar una oportunidad de hablar de las cosas del Señor, y en su compañía se podía notar que siempre sacaba una conversación sobre algún trozo de las Escrituras. Pocas veces hablaba en los cultos, pero cuando lo hacía, siempre ministraba la Palabra con provecho. Era hombre de oración que obviamente vivía muy cerca de su Señor. Hallaba gran consuelo en “la esperanza bienaventurada” de la segunda venida de Cristo.
De su generosidad se podría hablar mucho, pero nunca se podría contar más que una pequeña parte, pues siempre procuraba obedecer a su Señor en su mandato de Mat. 6: 3. La capilla de nuestra iglesia queda como monumento a la generosidad de nuestro querido hermano, y del interés que, durante más de 45 años, él ha mostrado en el bienestar espiritual de sus hermanos.
Extendemos a su señora, doña Lidia, que, por tantos años, ha sido su fiel compañera y colaboradora; y a su única hija, doña Esther y su marido D. Alfredo Weitbrecht, juntamente con su hermano D. Gotthirf, la expresión de nuestra más sentida simpatía, orando que “el Padre de huérfanos y Defensor de viudas” les consuele y bendiga. Y para nosotros bien podríamos pedir que nos sea dado el seguir a Don Hermann como él seguía a Cristo”
J.B (Publicado en la Revista “El camino”, febrero de 1.954)
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