La muy amada y conocida sierva del Señor, Dª Amelia Plummer Vda. De Rhodes pasó de esta vida para estar con el Señor el día 11 de mayo (1.953), después de muchos meses de enfermedad del corazón y de una gran debilidad, y a la edad de 85 años. Su pérdida es sentidísima en la congregación de la calle de Trafalgar, donde por tantos años se ha dedicado a un servicio verdaderamente “maternal” a favor del rebaño. Era muy conocida en todas las congregaciones de Madrid, las cuales participan en el duelo de la iglesia de Trafalgar.
Falleció a las 11’55 del lunes y el culto mortuorio empezó a las 5 de la tarde del día 12, pero a pesar de que había tan poco tiempo para dar a conocer la triste noticia, la amplia capilla estaba completamente llena, y centenares de personas acompañaron el cadáver luego al cementerio. Los sres. Biffen, Sautter, Miñambres y Aparicio tomaron parte en los dos cultos de parte de la iglesia, estando representada también la iglesia de Duque de Sesto. Los sres. Juan y Jorge Fliedner, Adolfo y Carlos Araujo, con el sr. Rodrigo, representaban varias de las demás iglesias de Madrid. Algunos de estos hermanos habían conocido a Doña Amelia desde su llegada a Madrid, con Don Tomás Rhodes, en el año 1.907. Tanto los mensajes, como los himnos cantados por la congregación y los jóvenes, expresaban el hondo sentir de todos, juntamente con el triunfo de la buena terminación de la carrera de esta abnegada sierva de Dios. El sr. Rodrigo terminó el culto en el cementerio con un claro y elocuente mensaje del evangelio.
Doña Amelia nació de una familia adinerada, y muy conocida en el sur de Inglaterra, el día 8 de agosto de 1.867, en el pueblo de Tunbridge Wells. De niña recibió al Señor en su corazón, y ya de joven manifestaba grandes deseos de servir al Señor. Su salud era delicada, lo que motivó un viaje a Nueva Zelandia para reponerse. Siempre tenía que cuidar una circulación pobre, pero eso no le impedía de desplegar unas actividades asombrosas, dando muestras muchas veces, en sus “buenos tiempos”, de una energía sorprendente.
Se dedicó a la obra en España en el año 1.897, sirviendo al Señor al principio en Galicia, cerca de Marín, donde por algunos años tuvo por colaboradora a Doña Adela Vda. De Holloway, que aun está con nosotros. Después de casarse con Don Tomás Rhodes, en 1.907, fueron llamados para servir al Señor en relación con la Iglesia Evangélica de Chamberí, Madrid, y su nombre, con el de Don Tomás, estará asociado siempre con aquella obra mientras que sobrevivan hermanos de su generación.
En aquellos tiempos la congregación era mucho más pequeña que ahora (no pasaba de un centenar de miembros), pero los señores Rhodes tenían la responsabilidad de las escuelas diarias, fundadas por Jorge Muller, que se hallaban entonces una a cada lado de la capilla. Después de algunos años se interesaron por la gran barriada de Tetuán de las Victorias al Norte de Madrid: ni por mucho tan “civilizada” entonces como ahora, y por fin hicieron su residencia allí en la Calle Marqués de Viana. No sólo eso, sino su interés misionero se extendió a los pueblos del Valle del Tiétar (Ávila), donde se inició la obra en Piedralaves y Sotillo. La presente capilla de Piedralaves se debe principalmente a la generosidad de Doña Amelia. En todas estas actividades, juntamente con la admirable hospitalidad que dispensaban los misioneros a tantos de los hermanos y siervos del Señor que pasaban por Madrid, Doña Amelia estaba al lado de su marido, supliendo una buena parte del dinamismo de esta pareja tan admirable por su sincera piedad, por su consagración al Señor y a sus buenas obras.
Sobre todo Doña Amelia era visitadora de los santos y de los amigos, y “madre en Israel”. Algunas veces mezclaba la reprensión con la ayuda de un modo muy peculiar y especial de ella, pero no había nadie, con el menor sentido espiritual, que no comprendiera el gran corazón de una gran sierva del Señor que se manifestaba a través de sus indiosincrasias. Todavía durante los últimos años, cuando no era más que una sombra de la Doña Amelia que conocimos allá por el año 1.924, y cuando iba quedando completamente sorda, maravillaba comprobar el conocimiento que aun tenía de los hermanos y de los amigos de la congregación. ¡Hasta la reunión en el Cielo, Doña Amelia, donde muchos de los que habéis ayudado os habrán dado ya la bienvenida a las mansiones eternas!”
Falleció a las 11’55 del lunes y el culto mortuorio empezó a las 5 de la tarde del día 12, pero a pesar de que había tan poco tiempo para dar a conocer la triste noticia, la amplia capilla estaba completamente llena, y centenares de personas acompañaron el cadáver luego al cementerio. Los sres. Biffen, Sautter, Miñambres y Aparicio tomaron parte en los dos cultos de parte de la iglesia, estando representada también la iglesia de Duque de Sesto. Los sres. Juan y Jorge Fliedner, Adolfo y Carlos Araujo, con el sr. Rodrigo, representaban varias de las demás iglesias de Madrid. Algunos de estos hermanos habían conocido a Doña Amelia desde su llegada a Madrid, con Don Tomás Rhodes, en el año 1.907. Tanto los mensajes, como los himnos cantados por la congregación y los jóvenes, expresaban el hondo sentir de todos, juntamente con el triunfo de la buena terminación de la carrera de esta abnegada sierva de Dios. El sr. Rodrigo terminó el culto en el cementerio con un claro y elocuente mensaje del evangelio.
Doña Amelia nació de una familia adinerada, y muy conocida en el sur de Inglaterra, el día 8 de agosto de 1.867, en el pueblo de Tunbridge Wells. De niña recibió al Señor en su corazón, y ya de joven manifestaba grandes deseos de servir al Señor. Su salud era delicada, lo que motivó un viaje a Nueva Zelandia para reponerse. Siempre tenía que cuidar una circulación pobre, pero eso no le impedía de desplegar unas actividades asombrosas, dando muestras muchas veces, en sus “buenos tiempos”, de una energía sorprendente.
Se dedicó a la obra en España en el año 1.897, sirviendo al Señor al principio en Galicia, cerca de Marín, donde por algunos años tuvo por colaboradora a Doña Adela Vda. De Holloway, que aun está con nosotros. Después de casarse con Don Tomás Rhodes, en 1.907, fueron llamados para servir al Señor en relación con la Iglesia Evangélica de Chamberí, Madrid, y su nombre, con el de Don Tomás, estará asociado siempre con aquella obra mientras que sobrevivan hermanos de su generación.
En aquellos tiempos la congregación era mucho más pequeña que ahora (no pasaba de un centenar de miembros), pero los señores Rhodes tenían la responsabilidad de las escuelas diarias, fundadas por Jorge Muller, que se hallaban entonces una a cada lado de la capilla. Después de algunos años se interesaron por la gran barriada de Tetuán de las Victorias al Norte de Madrid: ni por mucho tan “civilizada” entonces como ahora, y por fin hicieron su residencia allí en la Calle Marqués de Viana. No sólo eso, sino su interés misionero se extendió a los pueblos del Valle del Tiétar (Ávila), donde se inició la obra en Piedralaves y Sotillo. La presente capilla de Piedralaves se debe principalmente a la generosidad de Doña Amelia. En todas estas actividades, juntamente con la admirable hospitalidad que dispensaban los misioneros a tantos de los hermanos y siervos del Señor que pasaban por Madrid, Doña Amelia estaba al lado de su marido, supliendo una buena parte del dinamismo de esta pareja tan admirable por su sincera piedad, por su consagración al Señor y a sus buenas obras.
Sobre todo Doña Amelia era visitadora de los santos y de los amigos, y “madre en Israel”. Algunas veces mezclaba la reprensión con la ayuda de un modo muy peculiar y especial de ella, pero no había nadie, con el menor sentido espiritual, que no comprendiera el gran corazón de una gran sierva del Señor que se manifestaba a través de sus indiosincrasias. Todavía durante los últimos años, cuando no era más que una sombra de la Doña Amelia que conocimos allá por el año 1.924, y cuando iba quedando completamente sorda, maravillaba comprobar el conocimiento que aun tenía de los hermanos y de los amigos de la congregación. ¡Hasta la reunión en el Cielo, Doña Amelia, donde muchos de los que habéis ayudado os habrán dado ya la bienvenida a las mansiones eternas!”
(Escrito por E. T. -imaginamos que Ernesto Trenchard- en la revista nº 102 de “El camino”, Junio de 1.953)
Foto: Don Tomás y Dª Amalia Rhodes.
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