¡Qué íntimo te hiciste!
De que lejos viniste, ¡oh Príncipe del Alba!
¡Qué lejos tu palacio! ¡Qué lejos tu país!
Tenías tu morada en cumbre inaccesible,
Vivías en la llama de eterno resplandor.
De qué lejos viniste, Señor y no obstante
Qué intimo te hiciste cuando llegado aquí,
Tu pabellón asientas en medio de los hombres,
Tan ciegos y dañados, y empiezas tu misión.
Qué íntimo te vemos... Aun más que un hermano.
Suprema maravilla, ¡Tú lo quisiste así!
Aun más que un hermano y más que un amigo;
Y más que un maestro y más que un protector.
Te adentras voluntario en nuestras amarguras,
Con un amor que nadie pudiera concebir.
Con qué amor afrontas el juicio y la sentencia
De nuestro desvarío y nuestra transgresión.
Por eso, anonadado, mis ojos te contemplan
En ese pobre y frío establo de Belén.
¡Qué poco comprendemos de tu amor soberano!
¡Pero, Señor, te amamos con todo el corazón!
¡Qué lejos tu palacio! ¡Qué lejos tu país!
Tenías tu morada en cumbre inaccesible,
Vivías en la llama de eterno resplandor.
De qué lejos viniste, Señor y no obstante
Qué intimo te hiciste cuando llegado aquí,
Tu pabellón asientas en medio de los hombres,
Tan ciegos y dañados, y empiezas tu misión.
Qué íntimo te vemos... Aun más que un hermano.
Suprema maravilla, ¡Tú lo quisiste así!
Aun más que un hermano y más que un amigo;
Y más que un maestro y más que un protector.
Te adentras voluntario en nuestras amarguras,
Con un amor que nadie pudiera concebir.
Con qué amor afrontas el juicio y la sentencia
De nuestro desvarío y nuestra transgresión.
Por eso, anonadado, mis ojos te contemplan
En ese pobre y frío establo de Belén.
¡Qué poco comprendemos de tu amor soberano!
¡Pero, Señor, te amamos con todo el corazón!
(M. San León Herreras, extracto del poema: ¡Qué íntimo te hiciste!)
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